En tiempo de elecciones, ofrecimientos vienen y ofrecimientos
van. Las ofertas de campaña de los candidatos, intrascendentes y simples,
juegan con las aspiraciones de los más
humildes y se moldean de acuerdo al grado de educación de sus electores. Subir
el bono de la pobreza, mantener el bono fachoso del gas y otros tantos, tuercen
a la democracia ecuatoriana a una especie la bonocracia. Siempre ha sido fácil
comprar los votos por licor o por unas cuantas monedas. ¿Y el país qué?
Mientras unos juegan a revolucionarios, otros quieren sacralizar su ego en
Carondelet, acosta de cualquier precio. En este camino, mentirán, vomitarán
vejámenes sin importar que sean sus propios hermanos. Este es el Ecuador real
de carne y hueso, pequeño e ilusorio.
El Ecuador que soñamos es un país de diversidades fraternas,
un país de instituciones sólidas y efectivas, un país democrático y libre.
Soñamos un país donde las funciones del Estado sean independientes y
profesionales, un Ecuador en donde la función judicial no tenga ataduras de
ningún tipo, un país en donde se respete la libertad de opinión venga de donde
venga. Un país donde el gobernante gobierne para todos los sectores, para todas
las culturas, sin pesadez ni condiciones. Queremos un Ecuador de acción social,
pero también de emprendimiento y trabajo. Un Ecuador en donde la clase
dirigencial no se obsesione solamente con un fantasioso cargo burocrático, sino
que planteé propuestas políticas coherentes y económicamente acordes con la
realidad nacional.
Soñamos en un Ecuador que supere el analfabetismo y la
ignorancia, presa fácil del fanatismo, el mesianismo o el caudillismo. Queremos
un país moderno en donde las ideas se confronten bajo las sombras de la
cordialidad y el respeto. Un país incondicionalmente incluyente, solidario y
próspero. Un Ecuador jurídicamente serio y confiable, pacífico, seguro y
tranquilo; en conclusión soñamos en un país de todos y todas.
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