jueves, 26 de octubre de 2017

El embajador de Argentina

No pasó mucho desde que las declaraciones de una inmigrante venezolana, causara mucho revuelo en el país, hasta el domingo anterior; en el que el embajador de Argentina en el Ecuador, insinuara y dijera en una radio de su país, que los ecuatorianos tenemos el hábito de estar “mugrientos”. En un exabrupto sin proporciones, este señor de nombre Luis Alfredo Juez, trató de justificarse diciendo que “Solamente la mala fe y una malicia infinita se puede descontextualizar mis dichos intentando hacerme quedar mal con un pueblo al que amo”, y mandó una carta de disculpa a la canciller ecuatoriana María Fernanda Espinosa. Pero este señor sin el mínimo pudor, las mete toda, al decir que se trata de una descripción de las comunidades indígenas del Ecuador: “Una de las más conocidas es el pueblo Otavalo. Ellos se visten a la mañana del sábado y están todo el fin de semana con la misma ropa. Me refería a eso, para no estar todo el día con el mismo atuendo pasé por la casa a cambiarme”, además añadió que “para quienes no conocen la idiosincrasia me refería a eso”.

Si fuese el comentario de una persona común, no hubiese merecido ni una pizca de atención, pero se trata nada menos que de un alto funcionario del Gobierno argentino, acreditado en nuestro país, para fomentar nexos de hermandad y respeto entre las dos naciones. Como no podía ser de otra manera el país y sus autoridades han respondido como corresponde, con un “enfático rechazo y disgusto del Gobierno del Ecuador por las aseveraciones”. De la misma forma la primera autoridad del Cantón Otavalo, el Alcalde, ha respondido con molestia e incluso ha declaro a este funcionario argentino como persona “no grata”. Los kichwas otavalos son reconocidos en el mundo por su cultura e  impecable presentación, que incluso se les ha nombrado como los embajadores culturales del país. Ofensas como estas solo ponen de manifiesto los prejuicios racistas que todavía perduran, incluso en los niveles altos de los países de la región. Es oportuno exigir a las autoridades diplomáticas y al Gobierno central ecuatoriano, que pida al gobierno argentino, la inmediata separación de sus funciones, a un señor que no puede mantener su estatus con semejantes complejos de odio hacia los ecuatorianos.

viernes, 20 de octubre de 2017

Hace apenas un siglo












A diferencia de la época medieval o la época colonial, en que por largas centurias no se experimentaban cambios importantes en el desarrollo de las sociedades a nivel global; el último siglo fue realmente impresionante, casi no se puede explicar cómo en un lapso relativamente tan corto de tiempo, la humanidad haya podido ser testigo de una transformación histórica inédita. Indudablemente que las generaciones contemporáneas son las más privilegiadas, al ser testigos de este gran salto tecnológico y cultural del ser humano. Esto obligadamente nos hace reflexionar al mismo tiempo sobre las transformaciones más próximas, de nuestras ciudades, de nuestros pueblos, incluso transformaciones a nivel del núcleo familiar.

Hace más o menos como un siglo, la simplicidad y la tranquilidad reinaban todavía estos valles; Otavalo por ejemplo apenas era un pueblito enclavado en medio de imponentes montañas andinas, sus callecitas y plazas polvorientas poco se diferenciaban de la ruralidad. Apenas había llegado el ferrocarril, y la luz eléctrica recién empezaba a dar un poco de vida a las lúgubres noches de esta comarca; se construye el Teatro Bolívar en 1918 y varias de las instituciones otavaleñas empiezan a constituirse. Culturalmente, la ciudad y el campo eran dos mundos opuestos se podría decir. Los mestizos blanqueados con los mestizos llanos dominaban la urbe, y los “indios” como se los llamaba a los indígenas kichwas, regían en el campo, en sus comunidades; a excepción de los días de feria, donde las necesidades de estos dos sectores humanos, se complementaban. El kichwa, dedicado a la agricultura, la tejeduría, el comercio y otras ramas artesanales, vivía en un medio natural místico, pero descomplicado. La vida indígena llena de interacción social y comunitaria, era un venir y devenir de trabajo duro y acontecimientos festivos. Eran tiempos en que nadie se imaginaba con el ajetreo y el bullicio actual, ni mucho menos con artilugios que en su época hubieran sido considerados mágicos o de milagro. El mundo seguirá transformándose inexorablemente, si tenemos algo de suerte podremos dar testimonio de ese cambio, después de 30 o 40 años. 

viernes, 13 de octubre de 2017

A propósito de Cataluña

Recuerdo que cuando yo, un niño kichwa proveniente de una escuelita rural, entré al colegio de la ciudad, nuestro profesor de literatura, lo primero que nos mandó a leer fue “El Cantar del mio Cid”, un clásico de la literatura española. Debo confesar que cuando intenté leer este clásico no entendí ni una “jota” y pienso que la mayoría de mis compañeros tampoco lo entendieron. ¿Cómo podíamos entender un texto completamente extraño, escrito en un castellano antiguo, que cuenta una historia que sucedió hace como unos 800 años, en un lugar inimaginable al otro lado del mundo? Fue un zarpazo a mis ansias de convertirme en un sano amante de la lectura y el aprendizaje. Espero que por hoy el sistema educativo ecuatoriano haya variado notablemente en pro de una educación acorde a las necesidades y a la realidad nuestra. ¡Ojo! No estoy diciendo que no se debe leer los clásicos de la literatura universal, puede ser de España o de tantas otras naciones alrededor del mundo. Lo que quiero poner en claro es que “primero lo nuestro, lo propio”, más que todo en los inicios.


Hago este recuento porque he notado que distinguidos intelectuales ecuatorianos y otros latinoamericanos como el célebre escritor peruano Mario Vargas Llosa, han saltado con iracundia, ante la legítima aspiración del pueblo catalán, de obtener su independencia, acorde a los preceptos de la libre autodeterminación de los pueblos del mundo. Es como que estos señores todavía tienen escrito en su ADN, la subordinación colonial incondicional, a lo que fue el Imperio español. Las élites latinoamericanas, las mismas que no pudieron cohesionar a sus estados criollos, parece que todavía no han cortado aquel “cordón umbilical” que los ata, a la mal definida “madre patria”. Es la misma ideología que despreció siempre lo “indio”, lo mestizo, lo propio; para acoger preceptos imperialistas muy ajenos a nuestra realidad. Ahora me pregunto: ¿qué pensarán de otros pueblos del mundo que luchan y aspiran con una independencia total, como es el caso Tíbet, Puerto Rico, Kurdistán, Escocia, Irlanda del Norte, o el mismo País Vasco, para enumerar algunos? 

viernes, 6 de octubre de 2017

El caso del pueblo rohinyá









Foto: BBC


Todavía se sigue cometiendo atrocidades alrededor del mundo, y no existe entidad que las pare. Las violaciones a los derechos humanos poco o nada han cambiado desde la Segunda Guerra Mundial, donde millones de seres humanos perdieron la vida, por falsos nacionalismos y las ambiciones de caudillos militares mesiánicos, afanados en dominar el mundo. Por hoy por ejemplo, todavía se sigue asesinando personas por cuestiones religiosas, tal como sucede en la República de la Unión de Myanmar, antigua Birmania, ubicada en el extremo noroeste de la subregión conocida como el Sudeste Asiático. Es un conflicto histórico de tipo étnico cultural, que se remonta a siglos, en el que está inmerso el pueblo rohinyá, el que para el Estado Birmano es un paria, sin derecho alguno, ni siquiera a la nacionalidad birmana. Musulmanes los rohinyás, son acusados de violentos y de querer establecer un estado islámico dentro de Birmania o Myarmar, de mayoría budista. La persecución de la que es objeto este pueblo, ha hecho que organismos internacionales como la misma ONU, califique como un caso de limpieza étnica en pleno siglo XXI. El pueblo rohinyá huye despavorido hacia Bangladesh, de las acciones del ejército birmano, donde se denuncian poblaciones incendiadas, mujeres violadas, niños y ancianos condenados a morir de hambre, gente quemada viva, entre otras atrocidades.

El caso rohinyá no es un caso aislado de etnocidio, sino uno más que empuja a la humanidad hacia una bestialidad solapada que nos denigra, nos deshumaniza. Vivimos tiempos difíciles en que la irracionalidad de ciertos líderes mundiales, podrían poner en serio riesgo la existencia misma de la especie humana, si alguno de ellos en medio de una orgía de poder, arrogancia y ego, aplastase el botón que libere la muerte sobre la faz de la Tierra. Nuestra existencia pacífica no dispone de ninguna garantía, por lo que es necesario reescribir un acuerdo mundial, que más allá de los logros obtenidos por la ONU, esta entidad realmente se constituya en una autoridad mundial, que frene los delitos internacionales, incluso más allá del célebre comodín llamado: soberanía, en casos como el que se describe al inicio.