lunes, 28 de abril de 2014

Entre excrementos y orines

Al igual que todos los sábados, desde que tengo uso de razón, la Plaza de los Ponchos ha sido la vitrina de las manufacturas que realizamos en mi familia, desde tiempos inmemoriales. Es habitual que en ocasiones encontremos nuestros puestos de trabajo, lleno de botellas vacías, coletas de cigarrillos, sangre, vómitos y orines, por lo que siempre es oportuno llevar nuestros propios implementos de aseo. El último sábado, día mayor de feria, no era la excepción para esta inmundicia; por más limpieza que se hizo, tuvimos que soportar aquel olor nauseabundo por todo el día.

Es lamentable que aquel lugar tan turístico y afamado, considerado por algunos como patrimonio cultural, se haya convertido más que todo en la noche, en guarida de malandrines y bebedero de fin de semana. Para el colmo hace ya como un año, unos dos “dirigentuchos” de la plaza, con la venia de las autoridades ambientales y municipales, decidieron acabar con todos los árboles del sector, aduciendo que eran viejos y que representaban un peligro para propios y visitantes del lugar. La Plaza de los Ponchos lamentablemente está en decadencia, ni el auge revolucionario, ni los paquetes verde de la bonanza petrolera, han hecho caso de su agonía, profundizando su inexplicable mala racha. Para completar y evidenciar mis palabras, Otavalo no ha sido tomado en cuenta ni en una fracción de segundo, en el famoso y costoso video publicitario turístico mundial, llamado “All you need is Ecuador”.

En tiempos no muy lejanos Otavalo era una de los tres destinos turísticos más importantes del Ecuador, hoy ni siquiera aparecemos dentro de los diez primeros lugares de preferencia. Como comentaba una turista, aquí “están matando a la gallina de los huevos de oro”, a vista y paciencia de todos y todas. Ni las ocasionales visitas del presidente Correa a la Plaza, ni el ostentar tener una lugareña en la jefatura legislativa, ni haber tenido un “alcalde indígena”, bastaron para que alguien se sensibilice de esta penosa situación; porque ahí no se ha invertido ni una sola piedra, ni un solo centavo desde hace más de 40 años.  

Justicia o justicia

Hace poco en la provincia de Pastaza, en el Bloque 66 de la Amazonía ecuatoriana, dos contratistas de origen humilde que laboraban en un proyecto de agua potable, como parte de la empresa pública Ecuador Estratégico, fueron lanceados y asesinados por una familia waorani, que según parece sufrieron la muerte de un menor, por causas todavía no muy conocidas. El hecho indudablemente deja una estela de dolor en los deudos y familiares de estos dos trabajadores, que solo buscaban el pan para sus hijos.
Según la prensa el grupo waorani reaccionó de tal forma, luego de que un médico confirmara que su hijo llegó muerto, cuando lo llevaron a un centro de salud. Según voceros del gobierno, este grupo agresor no pertenece a poblaciones no contactadas, sino “son waos contactados y que han estado vinculados a los proyectos” de esta empresa.
Ahora el dilema es: ¿cómo se hace justicia en estos casos? Porque de hecho, sea cual fuere la situación o el lugar, la justicia debe primar en un Estado de derecho. Según la Constitución ecuatoriana, se reconoce a la justicia indígena como alternativa a la justicia ordinaria, sin especificar sus alcances, y de ahí surge el debate y la discusión, que la Asamblea Nacional debió hace tiempo haber discernido. La autonomía jurídica de los pueblos, nacionalidades y comunidades indígenas, es un logro importante; sin embargo es vulnerable a subjetividades en su aplicación y puede facilitar una impunidad desvergonzada. Recordemos el caso de una “violación” en Cayambe, donde el culpable solo fue bañado, según parece con flores.

Lejos de una fobia abierta hacia el derecho positivo, el derecho propio o llámese consuetudinario,  debe ser normado de alguna manera. En el caso de los waoranis involucrados en la pérdida de estas dos vidas, no sé si la cárcel o el azote sería lo más justo, pero si fuera un familiar de cualquiera de nosotros, no dudaríamos en pedir la más severa de las condenas, al final un asesinato es un asesinato.

lunes, 14 de abril de 2014

Electrizante

USD 660, es lo que costó un tablero eléctrico para seis medidores de una vivienda de un pariente en la ciudad de Otavalo. Al escuchar el precio del artefacto, al principio fui incrédulo y supuse que seguramente contenía medidores de “luz” de altísima tecnología. Electrizante fue después constatar, que en realidad ese era el precio del tablero –una caja metálica con alambres y breakers- y que además no contenía medidor alguno. Posteriormente, don Germán, el electricista de la familia, nos comentaba que la fabricación de estos tableros, obedecía a un “monopolio”, pues alguien tenía la exclusividad y la autorización de la empresa eléctrica para proveerla. Si realmente eso es verdad, consideraría que es un asunto poco ético y que tiene que ser remediado. Más allá de esta situación, parece que la empresa eléctrica Emelnorte, no camina acorde a los nuevos tiempos de “modernización” empresarial –me refiero a las empresas públicas- en la que la prioridad es la atención al cliente. Es fácil notar que dentro de la empresa, existen personas muy educadas que se esmeran por una buena atención, pero otros en cambio son pocos efectivos y parecería que sufren de alguna dolencia, no sé, tal vez algún tipo de aburrimiento por estreñimiento, pues se los ve malhumorados, de ceño fruncido, no responden cuando se les habla y les resulta imposible dibujar en sus rostros aunque sea una sonrisa fingida.

Anecdótico resultó notar, que en una ocasión, una empleada de esta ya madura empresa, oprimía un botoncito para autocalificarse de excelente, la atención que ella brindaba a los usuarios. Viveza criolla, falta de honestidad, en realidad no sabría cómo calificar esta situación. Es necesario notar también que son muy efectivos a la hora de “cortarnos la luz”, pues no esperan ni un día, pero a la hora de la reconexión, el trámite puede complicarse demasiado. No sé si sea, solo una percepción mía, pero podría asegurar que algo pasa, o no pasa; en la empresa eléctrica regional Emelnorte.

La alternativa al gas

No sé si por hacernos despechar del gas licuado de petróleo, o por alguna otra razón desconocida, que por estos meses ha sido un suplicio encontrar una bombona de gas de cocina. Algunos incluso  han viajado de pueblo en pueblo por conseguir el bendito tanque de gas, que nos permita cocinar y calentar la helada agua de nuestras duchas. Sea cual fuere la razón, hacemos un llamado a la sensibilidad de las autoridades gubernamentales, para que mientras no se haga efectiva la migración de las cocinas a gas, a las cocinas eléctricas, se tomen medidas correctivas urgentes, en cuanto a  la distribución del gas.

Refiriéndonos a la iniciativa del gobierno nacional, de cambiar el uso del gas, al de la electricidad en cuanto al tema de la cocción, debemos reconocer que ya era hora y que es una medida acertada. El tema del gas se había convertido en un tema político, a raíz de que la destitución del expresidente Bucarán, se embulló justamente por querer revisar este cuestionado subsidio. Para los gobiernos de turnos posteriores, el tema se había convertido en un tema tabú, que nadie se atrevía a tocar, incluyendo el gobierno actual. Notemos que prácticamente la bombona de gas, es entregada casi de forma gratuita a la población, situación que es aprovechada por algunos “vivarachos”, que sacan provechos poco éticos del asunto. Otro de los inconvenientes es el traslado de estos pesados artefactos arcaicos, que ponen en riesgo la seguridad y la salud de los usuarios, en especial de las amas de casa.

Entonces bienvenida la iniciativa gubernamental de cambiar esta matriz energética, que en los primeros meses de aplicación obviamente causarán algunas molestias a la población, pero que el futuro representará un cambio sustancial en la calidad de vida de los ecuatorianos. El tema de un subsidio inicial a los sectores populares y necesitados, en la adquisición de estos artefactos eléctricos y en los costos que representaría este cambio en los hogares, me parece muy importante, pues no todos estaremos en las condiciones económicas óptimas, para enfrentar este proceso.

De flacos a gordos

Recuerdo cuando pequeño, teníamos una dieta completamente diferente a la que tenemos en la actualidad. Alimentos propios cosechados con nuestras propias manos, como las diferentes clases de maíz, papa, melloco, fréjol, arveja, trigo, quinua, cebada, col, zampu –una variedad de calabaza-, chocho, entre otros; constituían nuestra seguridad alimentaria. A pesar de ser una dieta escasa en proteínas, podemos afirmar que era una dieta sana y natural. Hoy con la presencia de productos alimenticios industrializados, nuestra dieta ha cambiado peligrosamente, en desmedro de nuestra salud.

Sorprende los resultados de la Encuesta Nacional de Salud y Nutrición, publicados el mes de diciembre pasado, porque aparentemente el problema de la desnutrición de antaño, se ha transformado en un problema de la gordura. Según este estudio, seis de cada diez ecuatorianos y ecuatorianas entre 19 y 60 años, presenta sobrepeso u obesidad. Este problema tiene mayor incidencia en las mujeres, donde el porcentaje aumenta a 65,5 puntos, mientras en los hombres es de 6%. Parecería según estos resultados, que en el Ecuador ya no se padece de hambre.

Últimamente se ha escuchado y han sucedido hechos muy curiosos en nuestro país. Se habla del cambio de la matriz productiva, la matriz energética, de transformación, de revolución, hasta de un patético “milagro ecuatoriano”, incluso del “sueño ecuatoriano”, en remplazo del sueño americano. Para completar, últimamente se ha visto un desfile de artistas y grupos musicales de “ranking” mundial, como por ejemplo la banda Metálica. ¿Será que como país ya hemos abandonado esa denigrante categoría, de país en vías de desarrollo? ¡Para nada! Aunque sí vemos cambios importantes, como siempre debería ser; el tema de la obesidad en el Ecuador, es la mejor radiografía social. A pesar de que nos hemos engordado, no hemos mejorado nuestra calidad de vida; tal como indica el mencionado estudio, el 2.8% de niños entre 5 y 11 años que tienen obesidad o sobrepeso, presentan desnutrición. Una clara muestra de que las apariencias engañan.