Indudablemente
la influencia de Chávez en esta región es innegable y más aún dentro de
Venezuela; sus acciones y su visión marcarán profundo en la historia política
de nuestras naciones. Como político y más que todo como ser humano, Chávez tuvo
sus aciertos y sus errores; muy rescatable la redención de los más humildes en
su país y el afán de concretar al igual que Simón Bolívar, la ansiada unidad
latinoamericana.
Para los chavistas venezolanos el panorama político se torna
difícil, ese es el precio de un modelo político centrado y patriarcal a la que
estamos acostumbrados en Latinoamérica. La muerte de Hugo Chávez es equiparable
con la muerte de un padre de familia de carácter fuerte, en donde la viuda y
sus hijos quedan a merced de la incertidumbre. Es posible como ha sucedido en
otros casos que se produzca un cisma al interior de la clase dirigencial del
chavismo, que posibilitaría un rápido ascenso de la oposición al poder; o el
heredero a propias palabras del extinto Chávez, Nicolás Maduro, podría
potenciar su legado político y aglutinar a las masas fajo su figura.
Ciertamente en política es difícil presagiar.
Lecciones importantes quedan de este suceso político: por
más importante, valiente e inteligente que sea un ser humano, al final es
circunstancial y pasajero. Como con cualquiera de los seres humanos, ahí quedan
las buenas obras y para los conspicuos observadores, también las malas.
Políticamente no es el momento de claudicar a los cambios y a las buenas
acciones, pero sí el de corregir las grandes equivocaciones del llamado
socialismo del siglo XXI. Bien cabe en estos momentos aquella canción clásica
del compositor cubano Carlos Puebla, titulada: Hasta siempre Comandante.
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