sábado, 18 de marzo de 2017

El fin de la privacidad

Oficialmente la privacidad ha muerto. El 8 de marzo, fecha en que se celebra el “Día Internacional de la Mujer”, paradójica e insólitamente se viralizó en las redes sociales, un video etiquetado con el nombre de “Lady Tantra”, donde se pone a la luz pública el desenlace de un caso de infidelidad, en el que el marido sorprende a su mujer a la salida de un motel. Más allá de que esto puso al descubierto el machismo galopante en la sociedad ecuatoriana, pone en evidencia el mal uso de las redes sociales, como un espacio para el linchamiento público, apelado al morbo, y más que todo marca el fin de la privacidad en estos tiempos de conectividad instantánea. Cualquier secuencia de la vida pública o privada, puede ser sencillamente grabada con un celular “inteligente”, incluso por un infante y subida al internet, donde estará allá en la “nube”, a disposición de todo el mundo.

Pero más allá de esta exposición, lo preocupante es que todo lo que hacemos en la red a nivel global, está siendo observado y registrado como mercancía de las más grandes corporaciones; nuestras fotos, los estados que publicamos, nuestras búsquedas, deseos, estados anímicos, cuentas, contraseñas, amigos, ubicaciones y un largo etcétera están siendo anotados; casi no hay manera para retractarse con un borra y va de nuevo. Pero las cosas no se quedan ahí, últimamente filtraciones de Wikileaks, revelan la facilidad que tendría la Central de Inteligencia de los EE.UU. (CIA), para acceder a nuestros teléfonos y poder espiarnos, e incluso podrían casi literalmente entrar en nuestras casas y escuchar nuestras conversaciones a través de ciertos televisores o computadoras conectados a la red digital más grande que se ha creado hasta el momento. Si estos y otros dispositivos son susceptibles al hackeo, se cree que cualquiera con obscuras intenciones podría hacerlo, como las unidades de espionaje que tienen nuestros países. Sin un aislamiento total, nuestra privacidad prácticamente ha muerto.

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