domingo, 5 de abril de 2015

En la ruta

Esta vez, como buenos motociclistas, decidimos aventurarnos hacia el centro de nuestro hermoso país. Llenamos nuestras alforjas con lo básico para “sobrevivir” tres días fuera de casa, y procedimos a montar nuestras “bestias” de acero, para devorar más de 700 kilómetros de asfalto. Nuestro primer destino fue marcado en la provincia de Bolívar, su capital Guaranda, conocida también como la ciudad de las 7 colinas. Algunas horas de viaje con el clima en sus diferentes manifestaciones, disfrutamos igual de la inigualable sensación de libertad y regocijo, que puede brindar el manejar un aparato de estos. Pasamos Ambato en la tarde, eso sí, alborozando de la excelencia de las carreteras ecuatorianas; en este punto no hay duda, el gobierno sí atino en su cometido.

Tal como temíamos, de Ambato al coger la excelente vía que conduce a Guaranda, tuvimos que ascender a las faldas del majestuoso Chimborazo ya casi entrada la noche; ya en el páramo se divisó imponente y misterioso el nevado taita Chimborazo, no importaba la ausencia del taita Inti para realizar algunas tomas fotográficas; después un tremendo frío que a la velocidad de la moto se multiplica sin importar el tipo de traje que se utiliza en estos casos. Ante la dificultad de bajas temperaturas y una espesa neblina en la oscuridad de páramo, nos apresuramos en abandonar las alturas, para luego descender a esta ciudad andina por una vía perfectamente señalizada.

Después de nuestra estancia en Guaranda y haber degustado su gastronomía, al día siguiente fijamos nuestro segundo destino: Baños, en la provincia de Tungurahua. En lo personal regreso a este pintoresco lugar, casi después de una década; y qué sorpresa encontrar una ciudad hermosa, limpia y organizada. De tanta afluencia de turistas, casi todos los hoteles estaban llenos. Baños le da “palo”, como se dice popularmente, en términos turísticos a la ciudad de Otavalo, por ejemplo. Recordaba que hace años Otavalo era un destino turístico de respeto, más que Baños; hoy creo que ni aparecemos ni en los últimos lugares. ¡Qué pena! En fin, disfrutamos a lo que se pueda en aquel rinconcito paradisíaco, para luego regresar a la realidad de nuestra rutina.

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