En las conversaciones de la gente común, el tema político
actual, acapara la mayoría de las voces. “Váyase con su Correa”, eso es lo que
dijo un usuario de un taxi en Otavalo, al momento en que exigió detener el
vehículo, para bajarse molesto, luego de que el chofer comentara a favor del gobierno.
El secretario jurídico de la Presidencia de la República, Alexis Mera, según se
conoce, fue expulsado del restaurante “Rincón de Francia” en Quito. Durante una
sesión de la Asamblea de Médicos de Pichincha, profesionales de la salud
expulsaron al viceministro de Salud, David Acurio. Estos hechos, que no son
aislados por cierto, a pesar de la miopía del Gobierno Nacional, ponen en evidencia,
lo caldeado que está la confrontación política en el país.
Me atrevería a decir que las últimas movilizaciones en contra
del Gobierno, son más numerosas, que las que en su momento terminaron con el
gobierno de Lucio Gutiérrez. Incluso en palabras de alguna asambleísta del
oficialismo, tienen una carga más fuerte de resentimiento. A pesar de que el
grito es “fuera Correa, fuera”, el pueblo no quiere una interrupción
democrática, peor aún, tal como lo han afirmado voceros del Gobierno, está en
una confabulación golpista; lo que el pueblo exige es respeto y rectificación,
hasta el último minuto de su mandato, sin la mínima tentación de perpetuarse en
el poder; de ahí sí, que se vaya tranquilo a su casa.
Cualquier conflicto social es lamentable y grave, nadie que
sea medianamente responsable, podría vanagloriarse del mismo; pero la protesta
callejera es una salida, es un recurso extremo valedero, ante el divorcio producido
entre sociedad y gobernante. Cuando la imposición y el abuso se convierten en
normas de gobierno, cuando las instancias democráticas no son funcionales para
el diálogo de doble vía con los sectores organizados y pueblo en general,
la movilización se convierten en un
recurso de contención, frente a la avalancha del poder.
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