domingo, 13 de octubre de 2019

El paro de octubre

A medida que avanzaba el paro de transportistas y después el levantamiento indígena con el que empezaron los actos de violencia, la escasez de productos alimenticios y la presencia de manifestantes con maderos afilados en la ciudad, debo confesar que me sentí como aquel sobreviviente protagónico de la popular serie de Netflix, “The Walking Dead”, trama televisivo que retrata el dramático caso de cómo un padre de familia que es policía al mismo tiempo, tiene que luchar para sobrevivir ante el colapso de la civilización global, consecuente de un apocalipsis zombi.

También debo confesar que antes de que el Gobierno Nacional anunciara el paquete de medidas económicas, y nadie hablaba de un levantamiento indígena, me sentía escéptico de que algo grave podría acontecer en los próximos días. Sin embargo, noté que ciertos correístas reconocidos ya hablaban y publicaban en las redes sociales, de que algo grande estaba por ocurrir. Qué significa esto, que estos grupos ya estaban bien informados y preparados con antelación, para lo que se venía una vez dada las medidas económicas.

Debo reconocer también que este levantamiento indígena de octubre de 2019, es uno de los mayores que se ha producido en la historia de nuestro país, no gracias a una real capacidad de convocatoria de parte de la CONAIE, recordemos que el movimiento indígena y otros actores organizacionales del país, quedaron fraccionados y debilitados desde el correísmo. Entonces cómo explicar semejante respuesta de las bases: uno, las bases correístas cercanas al movimiento indígena ya venían trabajando en ello, quién sabe con qué intereses y posiblemente con financiamiento externo tal como se especula; dos, desde la criminalización de la protesta social, la develación de la corrupción correísta y la traición de Moreno al “proyecto” de la Revolución Ciudadana, existía algo como una furia contenida por años, que necesitaba una válvula de escape, y el paro de octubre fue la ocasión precisa. Tres, ante los brotes de violencia de elementos infiltrados y la respuesta brutal de los órganos de represión como la Policía Nacional y las Fuerzas Armadas, más allá del reclamo por el aumento del precio de la gasolina por la eliminación del subsidio, se configuró una lucha por la etnicidad, de la dignidad étnica runa, socavada siempre por el Estado Nacional y la sociedad ecuatoriana en general, que no ha sido capaz de dar solución, a los múltiples problemas del sector, como la extrema pobreza y la marginalidad.

Tengo una visión clara de los subsidios, y esto es que, aunque el ideal sería que nadie lo necesite, la realidad es diferente. Es necesario y obligatorio la asistencia del estado ecuatoriano a los sectores más vulnerables y necesitados del país. No podemos quedarnos tranquilos e impávidos frente a la desgracia de nuestros hermanos, nunca debemos perder la humanidad de ser solidarios. Pero los subsidios deben ser focalizados, tampoco está correcto de que se beneficien los ricos, o los traficantes, o los insurgentes de países vecinos; se debe buscar los mecanismos efectivos para que los recursos de todos los ecuatorianos no se dilapiden, sino que sean bien direccionados.

Creo firmemente en la protesta social y la resistencia, pero no en la violencia; en esto sí recojo las palabras del expresidente Correa: “los violentos no pasarán”. Creo en la protesta social con propuestas, pero no en la agresión a los compatriotas que necesitan y quieren trabajar. Creo en la lucha pacífica con conciencia de clase, no bajo la amenaza de una multa de 20 dólares o la prohibición del agua. Creo en una lucha honesta y desinteresada de sus líderes, no solamente como una plataforma para sus intereses personales. Creo en un país libre, democrático, que realmente nos represente a cada uno de nosotros, sin perjuicio de etnia, género, condición social, credo político o religioso, creo en el “runa” o sea el ser humano.