domingo, 29 de abril de 2012

Entre barro y cemento


Hablar hoy de que las poblaciones indígenas se remiten solamente al campo, es una ilusión. Hablar de la naturaleza, la tierra, la chacra, los cultivos, los animales, la minga, entre otras cosas propias de la vivencia rural, se va reduciendo al discurso de añoranza. Un porcentaje muy significativo de la población indígena, ya sea por falta de oportunidades, por la ausencia de los servicios básicos de subsistencia y por cuestiones de trabajo, han migrado a las ciudades del país y del mundo.

De manera especial los kichwas, no podemos ser unos ilusos y soñar con una civilización totalmente rural o campesina, tal como refleja a veces el discurso dirigencial; los valores culturales indígenas y rurales necesitan adaptarse a la realidad contemporánea y cosmopolita de las grandes ciudades, como un mecanismo de supervivencia cultural. Aunque un poco desproporcionado la comparación que a veces se escucha de los kichwa otavaleños con los judíos, en este caso resulta un tanto ilustrativo, en el sentido de que a pesar de estar dispersos por el mundo, es posible compartir una identidad sólida que nos identifique como pueblo o como una nacionalidad.

Dentro de esta realidad actual hemos identificado como el elemento principal de identidad indisoluble, al uso del idioma propio, en nuestro caso el kichwa. Consideramos al idioma como el elemento irrenunciable y matriz que configura una identidad. Las culturas del mundo enfocadas como entidades étnicas tienen su génesis en su lengua, al perder la lengua las culturas dejan de ser tales, para apenas remitirse a las tradiciones y el folclorismo.

Necesitamos aprender a convivir entre el barro y el cemento sin afectar y peor aún renunciar a nuestra identidad colectiva, esto es totalmente posible. En ese sentido se ve también la necesidad de retomar con fuerza en nuestro caso el uso del idioma kichwa, como un elemento innegociable de nuestra naturaleza cultural. Parafraseando a Descarte quien dijo “Pienso y luego existo”, como kichwa yo diría “Hablo y luego existo”. 

jueves, 19 de abril de 2012

Agato y su gente

La comunidad indígena de Agato está ubicada a unos 15 minutos de la ciudad de Otavalo, a los pies del mítico cerro Imbabura; reconocida por la bravura de su gente, es quizá la comunidad de la que más gente ha salido en calidad de migrantes. Cuenta la historia que en la época hispánica los “indios” más rebeldes que no estaban dispuestos a someterse a la esclavitud de los obrajes impuesta por los españoles, se replegaron en las tierras más altas correspondiente al Imbabura. En la época republicana jamás se sometieron a las haciendas ni a los gamonales, incluso ni la administración estatal pudo entrar en esta comunidad, hasta la llegada de los misioneros evangélicos procedentes de Norteamérica y las hermanas Lauritas, hace más de medio siglo.

El principal medio de sustento de esta comunidad es el comercio; la artesanía y la agricultura ocupan un lugar importante de su economía. Por hoy sin miedo a equivocarnos podemos afirmar que la mayoría de los residentes indígenas de la ciudad de Otavalo, proceden de esta comunidad; y fuera de la fronteras del país, Colombia fue uno de los destinos más preferidos de los migrantes agateños, sin embargo por ahora podemos encontrar gente originaria de Agato, casi en todos los países donde están presentes los otavalos.

El conocido Pawkar Raymi o Carnaval de Agato, tal como se lo conoce ahora, se remonta a unos cincuenta años atrás; pero la celebración mística de esta fecha, se remonta a cientos o quizás miles de años atrás, tal como lo demuestran los vestigios arqueológicos  encontrados en la comunidad y sus alrededores que datan de hace más de 3 000 años a.C., según estudios del reconocido  arqueólogo César Vásquez Fuller. Muchas de las piezas encontradas son instrumentos musicales como zampoñas de jade, pallas, pingullos, rondadores, sonajeros, flautas y gaitas de oro, de barro y de hueso.

Esta noche la comunidad está de fiesta con su “Agato Hatun Tuta” (La Gran Noche Agateña), un espacio circunscripto para crear y recrear la cultura, como también para el reencuentro de las familias que regresan a su “llakta”.