viernes, 22 de marzo de 2013

Hace ya algunos años

Hace ya algunos años, nos entregábamos con devoción y dedicación al ciclismo de montaña, entendido como un pasatiempo deportivo. Descubrimos que la provincia de Imbabura tiene una gran cantidad de rutas ciclísticas de inigualable belleza natural; una de ellas es la que  nosotros bautizamos como la “Vuelta al Imbabura”, y literalmente era una vuelta completa al cerro Imbabura. Esta era una ruta propicia para los novatos, pues no demandaba de tanto esfuerzo físico, claro en aquellos años; el único tramo un tanto tedioso y cansado era la trepadera desde San Pablo de Lago hasta la cima de la comunidad de Ugsha; a partir de aquel punto geográfico de tranquilo vuelo de aves autóctonas, comenzaba un alegre descenso  hasta llegar a Zuleta, lugar donde se encuentra la famosa hacienda de los Plaza Lasso; recuerdo que en aquel lugar, junto al estadio de la comunidad podíamos degustar de exquisita comida lugareña dominical, para reponer energías que nos exigían nuestros cuerpos cansados.

El tramo comprendido entre Zuleta y Caranqui, era la más divertida, pues se contaba con un descenso moderado de impecable empedrado, que nos facilitaba desarrollar grandes velocidades. De Caranqui, sitio histórico precolombino, hasta la parroquia de San Antonio, era un complejo de caminos vecinales muy fácil de cruzar; y el regreso a Otavalo por la línea férrea o por el entonces empedrado camino antiguo, a pesar de ser un poco cansado era muy relajante. Toda esta vuelta al tayta Imbabura, con sus paradas turísticas y de abastecimiento, requería la inversión de un par de dólares y de seis horas aproximadamente.

En la actualidad con el advenimiento del asfaltado para toda esta ruta, la hace peligrosa para los ciclistas e inapropiada para el ciclismo de montaña, esto obliga a descubrir nuevas rutas alternas que seguro lo habrán. Cuanto añoramos hoy, dejar nuestra rutinas, desempolvar nuestra bicicletas, para revivir aquellos tiempos de sano esparcimiento. El deporte combinado con la belleza natural, es amiga muy cercana de la salud y la felicidad. 

¿Quién puede oponerse al desarrollo?

¿Quién puede oponerse al desarrollo? Pues un grupo de otavaleños, no sé si en equidad de género, a los que se han sumado políticos claramente identificables. La descentralización de servicios, la recuperación de espacios públicos, la construcción de un nuevo mercado que sea funcional, son algunas de las obras que beneficiarán no solamente a los que vivimos en la bella ciudad de Otavalo, sino al cantón y al turismo en general, de los que muchos otavaleños captamos recursos para poder vivir.

Ventajosamente se percibe que la gran mayoría de otavaleños(as), lejos de tener cualquier diferencia con la actual administración, por sentido común, apoya la construcción de las grandes obras, entre ellas la construcción del nuevo mercado; que contrariamente a la creencia de que podría perjudicar a alguien, beneficiará enormemente a nuestra ciudad en su conjunto. Un mercado altamente comercial y digno tanto para vendedores y usuarios; una zona turística de alta plusvalía para los vecinos del actual mercado, serían algunas de sus bondades. Decir lo contrario dibuja claramente un sentimiento mezquino y poco razonado, de los que ilusoriamente dicen tener argumentos de contraposición. Son dos factores importantes los que han producido esta situación de conflicto en torno a la construcción del nuevo Mercado 24 de Mayo: el desconocimiento, término que a algunos les gusta remplazar con ignorancia, y la manipulación politiquera.

Hace mucho tiempo que algunos otavaleños(as), hemos soñado con un cantón y una ciudad ordenada, limpia, turística y productiva; con mercados amplios e impecables, parques y plazas de llamativa arquitectura; que nos permita recuperar aquel Otavalo turístico de renombre internacional. Esa debe ser la meta para cualquier político razonable que aspire la alcaldía de Otavalo; rechazar esos ítems de desarrollo, o volantear afirmando que el actual estadio de El Batán es un patrimonio cultural a preservarse, creo que responde a un extraño sinsentido, quizá producido como decían nuestros coterráneos, por dormir sin almohada. 

sábado, 9 de marzo de 2013

Hasta siempre comandante

Con la muerte del Presidente Chávez, la revolución bolivariana ha quedado sola, y la figura de este carismático líder venezolano, pasa a engrosar junto al de Che Guevara, Salvador Allende y del  mismo Fidel Castro, aquella lista mítica y hasta cierto punto folclórica que se ha creado en Latinoamérica.
 Indudablemente la influencia de Chávez en esta región es innegable y más aún dentro de Venezuela; sus acciones y su visión marcarán profundo en la historia política de nuestras naciones. Como político y más que todo como ser humano, Chávez tuvo sus aciertos y sus errores; muy rescatable la redención de los más humildes en su país y el afán de concretar al igual que Simón Bolívar, la ansiada unidad latinoamericana.

Para los chavistas venezolanos el panorama político se torna difícil, ese es el precio de un modelo político centrado y patriarcal a la que estamos acostumbrados en Latinoamérica. La muerte de Hugo Chávez es equiparable con la muerte de un padre de familia de carácter fuerte, en donde la viuda y sus hijos quedan a merced de la incertidumbre. Es posible como ha sucedido en otros casos que se produzca un cisma al interior de la clase dirigencial del chavismo, que posibilitaría un rápido ascenso de la oposición al poder; o el heredero a propias palabras del extinto Chávez, Nicolás Maduro, podría potenciar su legado político y aglutinar a las masas fajo su figura. Ciertamente en política es difícil presagiar.

Lecciones importantes quedan de este suceso político: por más importante, valiente e inteligente que sea un ser humano, al final es circunstancial y pasajero. Como con cualquiera de los seres humanos, ahí quedan las buenas obras y para los conspicuos observadores, también las malas. Políticamente no es el momento de claudicar a los cambios y a las buenas acciones, pero sí el de corregir las grandes equivocaciones del llamado socialismo del siglo XXI. Bien cabe en estos momentos aquella canción clásica del compositor cubano Carlos Puebla, titulada: Hasta siempre Comandante.

viernes, 1 de marzo de 2013

El fandango kichwa de la tristeza

Quién creyera que en el funeral kichwa de un infante se baila. Desde la óptica occidental esto de bailar en un funeral parecería descabellado, pero no lo es; es una práctica cultural de los kichwas que tiene una explicación racional, y que además lamentablemente tiende a desaparecer por la occidentalización mental, a la que nos hemos expuesto. Es una clara muestra de cuanto difieren nuestras culturas.

La música del “wawa wañuy” o el funeral infantil, es ritual; y es llamado fandango, quizás por algún parecido con un antiguo baile español, muy común todavía en Andalucía. En el caso de los kichwa-otavalos, los padrinos del o la menor fallecida son notificados del triste acontecimiento; son ellos los que preparan una mortaja especial, un altar blanco y el contrato con los músicos para este ritual. Los familiares y los más allegados llegan al velorio con comidas, que consiste en coladas dulces y pan, después pueden beber un poco de alcohol, y al son del fandango que es una melodía con aires de tristeza y alegría, los compadres bailan en medio del llanto. Esta forma de acompañamiento, que es una manera de enfrentar a la muerte como una ley natural y de asimilar la vida, puede durar toda la noche, previo al entierro. De ninguna manera es un festejo como se podría pensar; es una forma de bailar el dolor y el llanto, para poder aceptar la triste realidad, una manera de socializar el dolor para no sobrecargarse ni emocional, ni psicológicamente.  

El fandango kichwa se lo interpreta con instrumentos europeos: el arpa y el violín, a los que se suman cánticos y ritmos vernáculos; es una melodía andina ceremonial reservada a la muerte de un menor y al matrimonio; es la música que se identifica con el compadrazgo, que es la institución en la cual gira la vida social de los kichwas. Actualmente el baile del fandango ha sido ampliamente aceptado por la juventud y se ha convertido en un elemento cultural básico que  nos identifica como pueblo kichwa.