Hablar hoy de que las poblaciones indígenas se remiten
solamente al campo, es una ilusión. Hablar de la naturaleza, la tierra, la
chacra, los cultivos, los animales, la minga, entre otras cosas propias de la
vivencia rural, se va reduciendo al discurso de añoranza. Un porcentaje muy
significativo de la población indígena, ya sea por falta de oportunidades, por
la ausencia de los servicios básicos de subsistencia y por cuestiones de
trabajo, han migrado a las ciudades del país y del mundo.
De manera especial los kichwas, no podemos ser unos ilusos y
soñar con una civilización totalmente rural o campesina, tal como refleja a
veces el discurso dirigencial; los valores culturales indígenas y rurales
necesitan adaptarse a la realidad contemporánea y cosmopolita de las grandes
ciudades, como un mecanismo de supervivencia cultural. Aunque un poco
desproporcionado la comparación que a veces se escucha de los kichwa otavaleños
con los judíos, en este caso resulta un tanto ilustrativo, en el sentido de que
a pesar de estar dispersos por el mundo, es posible compartir una identidad
sólida que nos identifique como pueblo o como una nacionalidad.
Dentro de esta realidad actual hemos identificado como el
elemento principal de identidad indisoluble, al uso del idioma propio, en
nuestro caso el kichwa. Consideramos al idioma como el elemento irrenunciable y
matriz que configura una identidad. Las culturas del mundo enfocadas como
entidades étnicas tienen su génesis en su lengua, al perder la lengua las
culturas dejan de ser tales, para apenas remitirse a las tradiciones y el
folclorismo.
Necesitamos aprender a convivir entre el barro y el cemento
sin afectar y peor aún renunciar a nuestra identidad colectiva, esto es
totalmente posible. En ese sentido se ve también la necesidad de retomar con
fuerza en nuestro caso el uso del idioma kichwa, como un elemento innegociable de
nuestra naturaleza cultural. Parafraseando a Descarte quien dijo “Pienso y
luego existo”, como kichwa yo diría “Hablo y luego existo”.
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