“El padre de familia que agrede a su mujer y maltrata a su
familia, aunque lleve buena comida y ropa de lujo, siempre será un mal padre”.
Esta frase bien podría ser una analogía con las relaciones de poder, entre el
Presidente de la República y el pueblo ecuatoriano. Lejos de que muchos
habremos tenido éxito o fracaso al pretender consolidar una familia íntegra; en
las conclusiones sociológicas y las afirmaciones de los líderes religiosos, en
el sentido de que la familia es el núcleo de la sociedad, existe el más alto
grado de veracidad, y sería oportuno emular a todo nivel, los valores de esta
célula social.
La política entendida en su integridad, tal como se refirió
el papa Francisco, es un medio de servicio social. La mayoría de los
ecuatorianos pensamos que ese fue el afán del actual Presidente de la
República: poner su contingente al noble servicio de este país. ¿Pero en qué
momento se perdió Rafael Correa? En el momento en que el poder le nubló la
razón y la humildad; en el momento en que se formó la idea de que él era una
especie de mesías o algo parecido, predestinado quizá por la divina
providencia; en el momento en que pensó que su verdad era absoluta y empezó a
decidir por todo y por todos. La serie de errores caracterizados por su propia
personalidad y otros que más bien responden a errores ideológicos políticos, se
podría seguir recitando; pero el punto de inflexión me parece que fue, cuando
en una triste escena mediática se expulsó de una entrevista en Carondelet, a un
conocido periodista del diario El Universo. Cómo no hubiésemos querido un
Rafael Correa demócrata, respetuoso de los medios de comunicación, un
presidente que llame a la unidad, para hacer frente a los únicos enemigos de la
sociedad: la pobreza y la corrupción.
Se ha demostrado que nadie es imprescindible, más aún en el
servicio público; incluso ni siquiera en el papado, recordemos el caso del papa
Benedicto XVI. Las personas somos pasajeras, pero el país que dejaremos a
nuestros hijos y nietos, se queda aquí. Es triste ver cómo un fanatismo
político demencial, hable de tal o cual político, predestinado a gobernar por
siempre o por cien años.
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