viernes, 10 de julio de 2015

¿Cuándo se perdió nuestro presidente?

“El padre de familia que agrede a su mujer y maltrata a su familia, aunque lleve buena comida y ropa de lujo, siempre será un mal padre”. Esta frase bien podría ser una analogía con las relaciones de poder, entre el Presidente de la República y el pueblo ecuatoriano. Lejos de que muchos habremos tenido éxito o fracaso al pretender consolidar una familia íntegra; en las conclusiones sociológicas y las afirmaciones de los líderes religiosos, en el sentido de que la familia es el núcleo de la sociedad, existe el más alto grado de veracidad, y sería oportuno emular a todo nivel, los valores de esta célula social.

La política entendida en su integridad, tal como se refirió el papa Francisco, es un medio de servicio social. La mayoría de los ecuatorianos pensamos que ese fue el afán del actual Presidente de la República: poner su contingente al noble servicio de este país. ¿Pero en qué momento se perdió Rafael Correa? En el momento en que el poder le nubló la razón y la humildad; en el momento en que se formó la idea de que él era una especie de mesías o algo parecido, predestinado quizá por la divina providencia; en el momento en que pensó que su verdad era absoluta y empezó a decidir por todo y por todos. La serie de errores caracterizados por su propia personalidad y otros que más bien responden a errores ideológicos políticos, se podría seguir recitando; pero el punto de inflexión me parece que fue, cuando en una triste escena mediática se expulsó de una entrevista en Carondelet, a un conocido periodista del diario El Universo. Cómo no hubiésemos querido un Rafael Correa demócrata, respetuoso de los medios de comunicación, un presidente que llame a la unidad, para hacer frente a los únicos enemigos de la sociedad: la pobreza y la corrupción.

Se ha demostrado que nadie es imprescindible, más aún en el servicio público; incluso ni siquiera en el papado, recordemos el caso del papa Benedicto XVI. Las personas somos pasajeras, pero el país que dejaremos a nuestros hijos y nietos, se queda aquí. Es triste ver cómo un fanatismo político demencial, hable de tal o cual político, predestinado a gobernar por siempre o por cien años.

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