Situaciones
similares en el mundo, se pueden encontrar a diestro y siniestro, pero el caso
de los celtas con los kichwas, es algo excepcional. Los celtas dominaron
durante mucho tiempo gran parte de Europa, desde el mar Negro hasta el
Atlántico. Las lenguas celtas que se originaron a finales de la Edad de Bronce
–1200-800 a.C.– en una civilización de tribus aristocráticas y guerreras, se
expandió por gran parte del viejo continente; una forma temprana del galés
–idioma celta– se hablaba en Gran Bretaña, 1500 años antes que el inglés
antiguo ganara terreno. La palabra celta marca su distancia y diferencia
cultural de la romana y la griega; el término en sí, viene del griego keltoi, y
apareció en el siglo VI a.C. para referirse a las tribus bárbaras que vivían al
interior de la región del Mediterráneo.
Grandes monumentos y sitios históricos ubicados en las riveras del
extremo oeste de Europa, corroboran los gloriosos días del pasado celta, como
los monolitos de Stonehenge, ubicado en Inglaterra, y patrimonio arqueológico
de la humanidad. A raíz de la expansión de los romanos, quienes sometieron a
los ejércitos celtas por el siglo II a.C., al que le siguieron los
anglosajones, vikingos, normandos, y finalmente los ejércitos coloniales
ingleses y franceses, que incluso prohibieron sus lenguas, sus nombres, su
derecho a poseer propiedades y en el caso de los clanes escoceses hasta su
vestimenta (el famoso kilt); comienza su destino, el de los pueblos vencidos,
recluidos en las tierras más inhóspitas del continente, arrinconados en el
extremo norte de Escocia, en Irlanda, Inglaterra, Francia, España y Portugal;
situación que para bien, ayuda como un mecanismo de supervivencia cultural.
En Escocia la fuerza por la vigencia milenaria y cultural es evidente,
las lenguas celtas al igual que otras lenguas maternas del mundo tienden a
desaparecer ante la globalización; menos del 1% de la población de Escocia, es
decir tan solo 30 mil personas, hablan esta lengua con fluidez, mayores
principalmente; pero es que hablar gaélico al igual que hablar el kichwa
andino, suena a rebeldía, a insurrección; suena a una voz que a pesar de miles
de años de confinamiento, de persecución, se niega a desaparecer.
Actualmente a excepción de algunas regiones en Irlanda, los galeses se
destacan por preservar los nombres propios de los lugares, sin la denominación
anglófona, en especial en las regiones del norte y del oeste, donde se
encuentra el baluarte más sólido de las lenguas celtas: cerca de 600 mil
personas, aproximadamente, una quinta parte de la población, pueden hablar
galés, y son las beneficiarias de un movimiento nacionalista que ha utilizado
el idioma como un grito unificador desde la década de los 60, ahora la lengua
antigua se escucha en las escuelas, los bares, las tiendas y en la televisión.
A pesar del ostracismo, la cultura celta sigue vigente y ahora en uno de
esos giros que suceden en la historia, los celtas y su cultura parecen ser una
de las identidades más seductoras del nuevo siglo, más que todo en Europa:
libres de espíritu, rebeldes, poéticos, adoradores de la naturaleza, mágicos y
autosuficientes; al igual que los kichwas andinos.
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