Al principio quienes ejercieron el poder fueron los más
fuertes, a través de la opresión, la imposición y la fuerza bruta. Con el
tiempo estos grupos establecieron su linaje en el poder, como una manera segura
de perpetuarse con su familia y descendencia en el gobierno de los países. Así
surgieron los nobles, los reyes, los zares, los incas, los emperadores. Eran
pues ellos y su grupo de nobles o sus elegidos quienes decidían la suerte del
pueblo, sus súbditos; eran quienes dictaban normas y leyes que ellos
consideraban correctos y necesarios. Así se formaron los países, los reinos,
los imperios; así transcurrió la mayor parte de la historia de la humanidad,
hasta que en Francia de 1789, con la llegada de la Ilustración y nuevas
corrientes filosóficas e ideológicas, se empezó a cuestionar el injusto statu
quo impuesto por un minúsculo grupo de la sociedad, aparentemente predestinada
a gobernar por siempre. En aquel año estalló una sangrienta revolución en
Francia y se empezó a recrear un tipo de gobierno más representativo, un
gobierno del pueblo que pretendía normar de alguna forma los excesos y las
arbitrariedades de los gobernantes, ese fue el origen de los Estados
democráticos modernos.
Hoy en nuestro país y
nuestros cantones, incluso en nuestras parroquias, sorprende la facilidad que
existe para que cualquier persona o grupo pueda incursionar en política y tener
una relativa facilidad de acceso al poder, sea este local o nacional. Esta
situación nos empuja hacia una sana tentación a reflexionar sobre quienes
deberían gobernarnos, talvez gente escogida y especializada para ello, como si
se tratase de una labor netamente profesional, como el de un médico; pero esto
no sería justo ni funcional. Las democracias actuales obviamente no son
perfectas y hasta pueden tener sus propios vicios, pero es la manera más justa
de establecer un gobierno; hay que irla construyendo con la participación de
todos y especialmente fortaleciendo sus instituciones. Así los reyes, los
nobles, las dinastías dictatoriales y los líderes supremos, no tendrán cabida.
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