A pesar de que la actual Constitución del Ecuador acoge puntos importantes de reivindicación indígena, y muchos nos hayamos identificado con la última carta magna del 2008, para tratar de acoger a la República del Ecuador como también algo propio de los pueblos autóctonos; la realidad actual de marginalidad, no dista mucho de lo que pasaba hace apenas una generación. Aunque un importante sector indígena haya logrado acceder a puestos burocráticos en el gobierno; las grandes mayorías siguen en condiciones casi parecidas a los de antaño, la pobreza no se ha erradicado del campo y los más afectados son indígenas. Que algún dirigente ocupe un puesto relativamente importante en el gobierno, no quiere decir que el Ecuador sea un país plurinacional e intercultural. Lo indígena más bien se ha tornado en una especie de adorno para congraciarse con las masas populares. Entregar cargos a sus dirigentes, un método quizá para acallarlos.
Un Estado Plurinacional, para ser tal, debe ser estructurado en su conjunto y así lograr la inmersión real de los pueblos culturalmente diferentes; en la vida política, económica y cultural de un país. Fuimos un tanto ilusos al considerar que la incrustación de una sola palabra, la “plurinacionalidad” en la Constitución, bastaba para corregir un error histórico de más de 500 años. Obviamente cambiar esta realidad a corto plazo es imposible, se debe generar nuevas discusiones, sobre cual es la dimensión y la visión de un Estado auténticamente plurinacional e intercultural. Se debe sentar las bases de una nueva reingeniería estatal, y para esto es imprescindible el liderazgo y la participación del sector indígena, llámese movimiento indígena o sectores intelectuales. Es necesario poner atención a un recambio ideológico político, al interior de las organizaciones indígenas; antes que seguir con aquel discursillo desactualizado, sintetizado en la noble defensa de la pachamama.
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