Aunque el Gobierno Nacional por medio de su cancillería, de
manera inexplicable, todavía dé su voto de confianza al gobierno de Nicolás
Maduro, el ciudadano común con una mínima capacidad reflexiva, no puede hacerse
el loco y pretender desentenderse de lo que sucede en la hermana República Bolivariana
de Venezuela. Es evidente que en el país de Bolívar se ha roto el sistema
constitucional desde hace ya tiempo, y que la demencial dirigencia política del
Partido Socialista Unido de Venezuela, representado en las toscas
personalidades de Maduro y Diosdado Cabello, empujan al país con uñas y dientes
hacia el borde del precipicio y una eventual guerra civil. A más de politizar
las fuerzas armadas, el chavismo armó a 170 000 civiles que solo responden a
los designios del fanatismo partidista; esto se ha convertido en el gran coraza
inexpugnable de un sinsentido poder incrustado como un parásito en la vida de
los venezolanos.
Frente al llamado y la eventual consecución de una asamblea
constitucional, que por sus características nació muerta, y el nuevo encarcelamiento
a sus opositores, la impavidez del mundo frente a la situación, comienza a
desintegrarse para una condena sin vacilaciones al gobierno dictatorial de
Maduro. Mientras esto sucede miles de venezolanos en un drama sin precedentes,
abandonan en avalancha su país querido. También a Otavalo, han regresado
parientes kichwas que hicieron su vida misma en Venezuela y tienen que comenzar
nuevamente de cero, en una realidad diferente. No queda otra, la respuesta
internacional debe ser contundente, para restituir la democracia en este país
hermano; más aún el chavismo deberá responder ante la justicia, por sus
evidentes actos de corrupción denunciados por la oposición. A veces se
fanfarronea al decir que no nos interesa para nada la política, y que mientras
vivamos de nuestro trabajo, no nos afectará. Esto es falso, guste o no nos guste, estamos supeditados a las decisiones y acciones de estas y estos “ilustres”
ciudadanos políticos.
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