Una de las definiciones de corrupción del diccionario de la
Real Academia Española, dice: “En las organizaciones, especialmente en las
públicas, práctica consistente en la utilización de las funciones o medios de
aquellas en provecho, económico o de otra índole, de sus gestores.” El común de
los mortales, con razón, al escuchar este término lo asocia inmediatamente con
el robo de fondos públicos. Lamentablemente en el quehacer político y en las
funciones públicas, siempre ha estado incrustada la podredumbre de la
corrupción. Este flagelo de la humanidad está directamente relacionado a la resistencia
a regirse por los valores morales y éticos, que se han establecido como
costumbre y mecanismo de convivencia, para normar de alguna forma la ambición
que es parte de la condición del ser humano.
Aunque el tema de la corrupción siempre estuvo presente en
los ámbitos políticos de la región, los escándalos que se han suscitado a nivel
de Latinoamérica en los últimos tiempos, rebasan toda medida; más aún cuando el
tema involucra a gobiernos llamado progresistas y de izquierda, a los que sus
electores brindó confianza con la esperanza de que marquen diferencia de la
tradicional clase política e inauguren la pulcritud en el manejo de las arcas
públicas, en beneficio de las grandes mayorías. Atrás quedaron en el fango
frases como: “manos limpias y mentes lúcidas”, “todo para la patria, nada para
nosotros”, “la espada de Bolívar que recorre América Latina” o “vamos a
inaugurar la decencia”. Lamentable, denigrante. Dos cosas se necesitan para
establecer la honestidad en un país: La educación que involucra nuestra
responsabilidad como padres de familia, como también del sistema educativo, por
un lado; por otro, la consolidación de instituciones democráticas fuertes e
independientes, como el Poder Judicial. A esto se le podría añadir la libertad
de expresión. La lucha contra la corrupción debe ser una cruzada mundial en la
que nos involucremos todos, aquí en el Ecuador debería ser un tema de unidad
nacional, más allá de las absurdas pasiones políticas que enceguecen el sano
juicio.
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