En Estados Unidos por lo general, todos los inmigrantes
latinoamericanos son considerados como mexicanos. Por lo tanto la arremetida
del candidato republicano a la presidencia de ese país, Donald Trump, en contra
de los mexicanos, es una ofensa no solo a ciudadanos de la patria azteca, sino
a todos quienes están más allá de la frontera sur estadounidense. Los
ecuatorianos residentes en ese país, entre inmigrantes y nacidos allá, supera
ampliamente el medio millón personas que por diversas circunstancias tuvieron
que radicarse en el país del norte, más que todo buscando mejores condiciones
de vida. Ni qué decir de la totalidad de la población estadounidense de origen
hispano o latino como se lo conoce allá, que supera los 50 millones de
personas, por hoy el grupo étnico minoritario más grande y que crece
aceleradamente en Estados Unidos.
Si revisamos la historia mexicana, recordaremos que en la
guerra de 1846, Estados Unidos le arrebató casi la mitad de su territorio
comprendido en el oeste norteamericano, cuando el ejército yanqui ocupó por
primera vez una capital de un país extranjero, como lo hizo al tomarse la
ciudad de México y obligar a firmar un tratado en 1848, que por hoy es
rememorado por los políticos mexicanos, como respuesta a las agresiones verbales
del candidato Trump. Pero parece que de alguna forma la propia historia en este
tema, reivindicará justicia con la “reconquista” de estos territorios por los
mexicanos, de una forma poca ortodoxa.
Pero lo más descabellado de esta historia se produjo hace
poco, cuando por razones por nada explicables, el presidente mexicano Enrique
Peña Nieto, invitó al magnate norteamericano, casi como si fuera un jefe de
Estado, al palacio de gobierno; donde Trump nunca se retractó o peor aún pidió
disculpas a los mexicanos. ¿Quién podría imaginarse? Invitar al “enemigo” a
insultarle en su propia casa.
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