Bien lo decía Alexander Humboldt, famoso geógrafo y
explorador alemán nacido en 1769, que “Los ecuatorianos son seres raros y
únicos: duermen tranquilos en medio de crujientes volcanes, viven pobres en
medio de incomparables riquezas y se alegran con música triste.” Más allá de formular
suposiciones sobre el origen de esta extraña personalidad del ecuatoriano, en
las que se involucran las particularidades del “indio” y del “ibérico”, creo
que no existe un estudio y una conclusión científica sobre este tema. Pero los
ecuatorianos y ecuatorianas –para ser inclusivo- estamos ahí: orgullosos,
vivarachos, eternamente alegres, gastadores, sumisas, miedosos, habladores,
confiados, bravos, masoquistas, entre muchos otros epítetos buenos y malos.
Claro que no todo es color de hormiga y vale reconocer la valía absoluta de
cuantos hombres y mujeres, que más allá de un estatus académico, gozan de un
buen sentido común, y en forma anónima o pública, han hecho aportes positivos al
país.
Un dilecto compañero me compartía sus experiencias vividas
por la costa, a raíz de la catástrofe ocurrida hace poco, y concluía que él
viene totalmente decepcionado de las personas, de la humanidad, en este caso
supongo de los ecuatorianos. La entrega y recepción de donaciones a los afectados
del terremoto del pasado 16 de abril, según pude entender estaba caótico.
Corrupción de ciertos funcionarios, improvisación, gente acaparando ayudas,
políticos aprovechadores que más que ayudar querían su foto o salir en los
medios, y más desavenencias, se pudo notar en esta crisis humanitaria. A pesar
de esto, también enfatizaba mi compañero, la presencia de héroes que realizan
un trabajo sacrificado y desinteresado entre los damnificados de la costa. Esto
somos los ecuatorianos, seres complejos e inmaduros en busca de esa luz, que
nos conduzca realmente hacia el buen vivir.
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