Era el primer mes de 1952, cuando Ernesto Guevara de la
Serna, acompañado por su amigo Alberto Granado, salieron el día 4, a bordo de
la ya mítica motocicleta bautizada como la Poderosa II, desde Córdova Argentina,
con la intención de descubrir la América Latina profunda que palpitaba a herida
abierta de la injusticia social de aquella época. Los viajes aventurados por
tierra, mar o por las nubes, tienen una carga nutrida de experiencias que se
impregnan rápidamente en nuestra memoria afectiva; y fue ese hecho lo que
marcaría en Ernesto, su rígida personalidad revolucionaria.
En México, sin dudar ni por un instante, acepta la
invitación de Fidel Castro y se une al comando revolucionario que liberaría
Cuba, del mandamás Fulgencio Batista. Es el triunfo de la Revolución Cubana de
1959, lo que eleva al Che Guevara a la palestra de la geopolítica mundial, y
entre el ajetreo de reestructurar el país y la gloria de la fama y el poder, el
Che Guevara fiel a sus convicciones políticas, opta por un retiro cauto de las
cámaras de televisión y de los micrófonos, para seguir su destino que es el
“internacionalismo”; después se lo ubica combatiendo en plena jungla centro africana,
en Congo. Después se desplazó en secreto a iniciar un foco guerrillero en
Bolivia, país estratégico que se ubica en pleno centro de Sudamérica y es aquí en
1967, donde cae en combate, para luego ser asesinado por las huestes del
ejército boliviano y la CIA.
Es muy emotivo recordar y reconocer más allá de sus
creencias ideológicas y políticas, su profundo compromiso con los desposeídos,
su desprendimiento y sacrificio total a la causa de la revolución. El “Che”, como lo bautizaron sus camaradas
cubanos de Sierra Maestra, goza ya de la gloria eterna de los mártires de la
humanidad y estará presente su espíritu rebelde, en cualquier parte donde se
produzca la injusticia y el abuso desde el poder. Hoy es el aniversario de su muerte.
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