La autopista que cruza el centro de la serranía ecuatoriana
luce impecable, el sonido del motor y el ruido del viento acariciando la
humanidad del conductor, es una sinfonía multicolor de sensaciones, difícil de
explicar sin ser un poeta. Viajar en un vehículo motorizado de dos ruedas, en
una mañana de sol radiante, por el callejón interandino de nuestro país, no
tiene precio. Los imponentes volcanes y nevados, rodeados por una infinidad de
ciudades y poblaciones, se contrastan con el cielo azul equinoccial de nuestro
país, recordándonos una vez más, que nuestra tierra es prodigiosa y tiene un
valor turístico incalculable.
La modernización vial que se ha producido durante los
últimos años, es una inversión más que acertada en términos turísticos, y el
reto del gobierno nacional, a pesar de la crisis económica producida por los
últimos fenómenos económicos conocidos por todo el mundo, sería justamente el
poder concluir en forma rápida las obras en ejecución y seguir con las vías de
segundo y tercer orden, donde se incluyen caminos vecinales, puentes, entre
otros. Una red vial óptima, es nuestra carta de salvación para enfrentar
cualquier tipo de recesiones, pero siempre con una visión de país y sin
apasionamientos políticos.
A pesar de las proclamas del Gobierno Nacional, que sugieren
que el cambio de la matriz productiva ya está en ejecución o está próximo a
concretarse, es sensato lejos de la demagogia reconocer, que este es un proceso
a largo plazo. Mientras esto sucede, apuntalar al sector turístico más allá de
las carreteras, sería una excelente medida, para que el anunciado cambio, sea
una realidad medible, en términos económicos y sociales. Aunque el petróleo sea
irrenunciable, es muy importante que nuestro país al igual que otros, deje
definitivamente su dependencia económica del llamado “oro” negro, y el turismo
nos puede ofrecer muchísimo.
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