Recuerdo que como buenos creyentes en las divinidades
femeninas, cuando era pequeño, en varias ocasiones mis abuelos me llevaron de
romería, hacia el Santuario de la Virgen de Las Lajas en Nariño Colombia. Al
regreso por la ciudad de Ipiales, pese a la limitada economía, ellos compraban
cualquier que otra cosita, entre pequeños artefactos de recuerdo, dulces o café
colombiano. Al regreso ya en tierras ecuatorianas, tengo bien grabado desde esa
época, recuerdos temidos y poco agradables del “control aduanero” de ese
entonces, en especial en el sector de Yahuarcocha. Tipos gordos y uniformados,
entre hombres y mujeres, que al grito de “aquí no pasa ni una sola aguja”,
empezaban a rebuscar hasta el último rincón de nuestros equipajes,
“confiscando” en medio de las lágrimas de los peregrinos, todo producto
colombiano.
Con esa experiencia, cuando crecía y escuchaba los discursos
políticos de integración andina, siempre soñé con la abolición de las aduanas
terrestres y por qué no, de la eliminación de las fronteras entre nuestros
países hermanos. Promesas e intenciones de integración, supongo desde la muerte
del Libertador Simón Bolívar, esto es desde hace casi dos siglos, han salido a
“millares surgir”; pero la incapacidad y el egoísmo de nuestros países con sus
líderes, pudo más y ahora seguimos en lo mismo.
Por hoy con la vigencia de las “benditas” salvaguardias –por
no decir lo contrario- hemos vuelto a revivir aquel recuerdo temido de hace
muchos años: la vigencia del control aduanero en las carreteras. En cuestiones
de integración, tengo la seguridad de que hemos retrocedido irremediablemente,
de nada sirvió el auge de los gobiernos “progresistas de izquierda” en
Latinoamérica. Las intenciones de construir esa patria grande con la que soñaba
Simón Bolívar, hoy yace en letra muerta, en archivos polvorientos, en reuniones
fugaces, en edificios solitarios.
No hay comentarios:
Publicar un comentario