Esta vez, como buenos motociclistas, decidimos aventurarnos
hacia el centro de nuestro hermoso país. Llenamos nuestras alforjas con lo
básico para “sobrevivir” tres días fuera de casa, y procedimos a montar
nuestras “bestias” de acero, para devorar más de 700 kilómetros de asfalto. Nuestro
primer destino fue marcado en la provincia de Bolívar, su capital Guaranda,
conocida también como la ciudad de las 7 colinas. Algunas horas de viaje con el
clima en sus diferentes manifestaciones, disfrutamos igual de la inigualable
sensación de libertad y regocijo, que puede brindar el manejar un aparato de
estos. Pasamos Ambato en la tarde, eso sí, alborozando de la excelencia de las
carreteras ecuatorianas; en este punto no hay duda, el gobierno sí atino en su
cometido.
Tal como temíamos, de Ambato al coger la excelente vía que
conduce a Guaranda, tuvimos que ascender a las faldas del majestuoso Chimborazo
ya casi entrada la noche; ya en el páramo se divisó imponente y misterioso el
nevado taita Chimborazo, no importaba la ausencia del taita Inti para realizar
algunas tomas fotográficas; después un tremendo frío que a la velocidad de la
moto se multiplica sin importar el tipo de traje que se utiliza en estos casos.
Ante la dificultad de bajas temperaturas y una espesa neblina en la oscuridad
de páramo, nos apresuramos en abandonar las alturas, para luego descender a
esta ciudad andina por una vía perfectamente señalizada.
Después de nuestra estancia en Guaranda y haber degustado su
gastronomía, al día siguiente fijamos nuestro segundo destino: Baños, en la
provincia de Tungurahua. En lo personal regreso a este pintoresco lugar, casi
después de una década; y qué sorpresa encontrar una ciudad hermosa, limpia y
organizada. De tanta afluencia de turistas, casi todos los hoteles estaban
llenos. Baños le da “palo”, como se dice popularmente, en términos turísticos a
la ciudad de Otavalo, por ejemplo. Recordaba que hace años Otavalo era un
destino turístico de respeto, más que Baños; hoy creo que ni aparecemos ni en
los últimos lugares. ¡Qué pena! En fin, disfrutamos a lo que se pueda en aquel
rinconcito paradisíaco, para luego regresar a la realidad de nuestra rutina.
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