Al mismo tiempo que el Papa Francisco defendía la libertad
de expresión como “derecho humano fundamental” y como el deber de decir lo que
uno piensa para el bien de todos, añadió: “Pero hay límites”. Refiriéndose a lo
ocurrido en París dijo: “Tenemos la obligación de hablar abiertamente, de tener
esta libertad, pero sin ofender”. Hasta ese punto totalmente de acuerdo con el
máximo prelado de la Iglesia Católica. Pero lo que dijo después, con el respeto
que se merece un personaje de tan alta representación, me parece que más bien
fue un exabrupto. Ejemplificó así: “Si mi buen amigo, el doctor Gasparri, dice
una mala palabra sobre mi madre, puede esperar en respuesta un puñetazo. Es
normal. Es normal. No se puede provocar. No se puede insultar la fe ajena. Uno
no se puede burlar de la fe de los demás”. Obvio que se debe respetar la fe
ajena, aunque se podría cuestionar si es una fe que “no es para el bien de
todos”, depende del punto de vista filosófico o incluso teológico. Pero lo del
“puñetazo” es como querer justificar la violencia física ante una arremetida
verbal, que en tal caso sería desproporcionada. Dónde quedó la enseñanza de que
“si te pegan en la mejilla, indica la otra”, o ¿ya no tiene vigencia la
enseñanza del Galileo, quien decía que hay que amar a nuestros enemigos?
El Código Da Vinci, libro que leí íntegramente, por ejemplo
cuestiona tremendamente los cimientos del cristianismo, al afirmar que Jesús y
María Magdalena eran esposos, y que incluso su descendencia habría llegado a
Francia. Para los más conservadores católicos, me imagino que esto fue una
ofensa a su fe; y no me imagino que por esta razón, desde el Vaticano enviase
un comando suicida para asesinar a Dan Brown y a los trabajadores de las
editoriales que lograron vender más de 80 millones de ejemplares, en una gran
cantidad de idiomas en todo el mundo. Adicionalmente hay que reconocer que los
medios se pueden equivocar o en el peor de los casos mentir premeditadamente,
pero para eso están las cortes, donde la honra de las personas debe prevalecer.
“Sin libertad la verdad no es posible”, dice el slogan de un noticiario
conducido por un amigo. Me acojo a esta máxima.
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