Alguien decía que en Otavalo hasta los cementerios están separados, uno de mestizos y otro de indígenas. La estúpida inercia de todos nosotros y en especial de las autoridades de poder efectiva, es innegable. Si no somos capaces de vivir la unidad en la diversidad y de respetarnos en nuestras diferencias, hasta me atrevería a decir que deberíamos ir pensando en abandonar la tierra que nos vio nacer. Más acá de esta penosa realidad, el cementerio indígena de Otavalo, desde que fue entregado a las comunidades usuarias, se ha convertido en botín apetecido de ciertos dirigentes, no todos, que a vista y paciencia de sus dueñas, han usufructuado a sus anchas, desde los inicios mismos de la “autoadministración”.
A veces la lidiadera sirve para aprender, pero en el caso del cementerio indígena la lidiadera es crónica y proyecta de alguna forma la incapacidad de sus dirigentes de gestionar una administración formal, cumpliendo con los requerimientos técnicos y legales que demanda una empresa o institución que maneja recursos económicos públicos o comunitarios. A veces a merced del discurso indigenista, se renuncia a parámetros de convivencia o gestión que son universales y aplicables a cualquier sociedad. Muchos dirigentes confunden el término empresa con privatización y rehúyen ante cualquier deseo de formalizar algún emprendimiento comunitario, para que sea efectiva, transparente y auto sostenible.
Es necesaria que la juventud indígena profesional se involucre más en los asuntos comunitarios, para que ellos den luces a los dirigentes en temas relacionados con la administración. El problema no es la incapacidad en sí misma, sino la visión y la noción de la evolución cultural que ha sido ampliamente politizada y secuestrada por una arenga etnocentrista, que nos priva muchas veces de las bondades del desarrollo. Como un ejemplo concreto pongo a colación el éxito de las cooperativas indígenas de ahorro y crédito, un ejército de jóvenes indígenas profesionales y otros no, que se han vuelto diestros en la administración de empresas a nivel nacional, y esto lejos y aparte del discurso lloriqueante y paternalista que se ha adueñado del movimiento indígena.
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