Después de que el inca Atahualpa fuera capturado por los
españoles en Cajamarca y haber ofrecido por su propia boca, el apilar una
habitación llena de objetos de oro y plata, como pago por su liberación; la
mayor parte del botín llegó desde Cusco y la parte sureña del Tahuantinsuyo,
que en esos momentos estaba en manos de los generales quiteños, quienes habían
llegado triunfantes a la capital imperial. En la parte norte, en Quito,
Rumiñahui hizo efectivo la orden del Inca, y “según el cronista Fernández de
Oviedo, llegó a recaudar 70 000 cargas de oro y plata que iban a ser
transportadas a hombro de 15 000 porteadores, cuando llegó la noticia del
ajusticiamiento del Inca”. Ante la fatal noticia y previendo la inevitable
incursión de los extranjeros, el general quiteño hizo un movimiento rápido,
para esconder tan descomunal tesoro, al oriente de Ambato, en la zona de los
Llanganatis.
Un tal Valverde, “un modesto soldado o burócrata español”,
posiblemente del siglo XVIII, “que desposó a la hija del cacique de Píllaro,
quien al tomarle confianza y afecto, le reveló donde se encontraba el tesoro
oculto”, habría llegado al lugar para tomar una ínfima parte y convertirse en
un hombre muy rico. De vuelta en España y antes de morir decidió revelar el
secreto al Rey, el origen de su fortuna, adjuntando a la carta un derrotero o
guía. Muchas expediciones se han organizado desde entonces y muchos han perdido
la vida en el intento, pero se conoce que uno de ellos, un holandés de nombre
Barth Blacke, al intentar dar sepultura a un compañero que murió, “se topó
accidentalmente con un tesoro del que extrajo 18 piezas de oro”.
El sueño de descubrir este fabuloso tesoro, en la actualidad
todavía continúa intacto y no faltará quien lo siga buscando. Más allá del
mito, lo real es que los captores de Atahualpa se hicieron con un tesoro, que
les costó un mes entero solo en la fundición y sumó 6 087 kilos de oro y 11 793
kilos de plata. Durante su cautiverio el Inca quiteño “se había ufanado de su
fabuloso tesoro” de Quito. Esto nos hace presumir que el tesoro, el que
Rumiñahui ocultó incluso con su vida, sí existe y que sigue indemne.
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