A pesar de que el Inti Raymi tiene diferentes matices según
la práctica de cada pueblo, se puede resumir en el caso de la región norte de
Ecuador, que es una fiesta de baile generalizado, la gastronomía propia de la
época y el jolgorio en torno a la cultura autóctona y prácticas ancestrales.
Por hoy no es solamente una celebración exclusiva del sector indígena, sino más
bien ha trascendido a otros sectores de la sociedad como la mestiza, que lo ha
retomado como algo propio de sus raíces. Digo retomado, porque siempre fue
suyo; asumiendo que cuando hablamos de mestizaje, se sobrentiende que la
persona es una confluencia de dos culturas, y como tal la una confluencia, es
decir la indígena o Kichwa, es una parte propia que lamentablemente por los
complejos y prejuicios que ha impuesto la cultura dominante, ha sido ignorado o
en el peor de los casos ha sido despreciado como algo ajeno.
Retomando el Inti Raymi ya como un patrimonio cultural y de
identidad nacional, sin la necesidad de normar mediante leyes u ordenanzas en
relación a la fiesta misma, es necesario crear conciencia con relación a la esencia
de la celebración. Es muy importante saber que, más allá de una práctica
folclórica popular que debe ser aprovechada para potenciar el turismo y la economía popular, en realidad no es así;
el Inti Raymi después de cientos de años de dominación, todavía responde a la expresión más profunda del ser andino,
un espacio donde se reivindica como runa. Por otro lado es necesario lejos de
cualquier justificativo, erradicar la violencia que puede generar esta
práctica, como en el caso de Cotacachi o San Juan Capilla de Otavalo, para ello
es necesario como ya se lo hace en el primer cantón citado, que autoridades,
dirigentes indígenas e involucrados, tracen estrategias efectivas, para
extirpar esta mala práctica que lamentablemente pone en entredicho esta
celebración.
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