Con los resultados de las elecciones Perú 2016, entre el
líder de Peruanos Por el Kambio, Pedro Pablo Kuczynski, y Keiko Fujimori de
Frente Popular, prácticamente se prevé que terminará en un rotundo empate
técnico. La diferencia entre los dos candidatos hasta el momento es casi nada,
con el 99.29 % de los votos contabilizados, Kuczynski tendría el 50,11 % de los
votos, frente a un 49,88 % de Fujimori. Esta situación hasta nos empuja a
pensar que podría repetir lo ocurrido con el alcalde de una pequeña localidad peruana
llamada Pillpinto, donde al ganador se tuvo que definir mediante un sorteo, con
una moneda lanzada al aire. Todo puede ocurrir, como decía mi abuelo.
Asumiendo de una vez por todas que Kuczynski es el nuevo
presidente del Perú, su gobierno tendrá que enfrentarse a un congreso dominado
por el fujimorismo, prácticamente con una mayoría absoluta. Esto permitiría
medir la capacidad política de este señor, que es un viejo lobo en el tema
político, para llegar a un punto de gobernabilidad, que aparentemente por ser
de la misma tendencia de la derecha ortodoxa, no tendría mayores
complicaciones. Más allá de los juegos políticos de alto nivel, la prueba de fuego
para el nuevo presidente sería, romper aquel círculo vicioso que mantiene una
de las sociedades más injustas de Latinoamérica. La deuda del Estado hacia la
sociedad peruana es grande y evidente. Perú a pesar del boom de las materias
primas y sus generosos ingresos a la caja fiscal de los últimos años, no ha
logrado acortar la brecha que existe entre pobres y ricos, que es inmensa.
Es lamentable notar cómo nuestros países deben presenciar la
llamada ley del péndulo político, entre una izquierda parrandera y una derecha
insensible, mientras amplios sectores sociales, como en el caso del Perú, se
cunden en la pobreza extrema y la marginalidad. Una democracia nunca será
completa mientras exista miseria y limitaciones a las libertades básicas.
No hay comentarios:
Publicar un comentario