Al contrario de lo que muchos pensarán, estos últimos años de bonanza petrolera, con sus miles de millones de dólares inyectados desde el Estado, hacia la sociedad en general, irónicamente para muchos de nosotros, fue una época difícil en términos económicos. Muchos artesanos otavaleños hemos tenido que enfrentar, por ejemplo, el declive de importantes mercados ubicados fuera de las fronteras nacionales, la reducción drástica de turistas en el Valle del Amanecer, la internacionalización de los precios de las materias primas por la dolarización, la competencia desleal de ciertos coterráneos con capitales “sospechosos”, la estandarización de las exigencias tributarias y laborales, entre otras contrariedades.
“A mal tiempo buena cara” reza el dicho popular, en tal virtud es necesario mirar con optimismo el porvenir; por un lado Ecuador cuenta con una importante red vial en óptimas condiciones, muchas vías rurales han sido mejoradas, se construyen importantes centrales hidroeléctricas, entre otros logros; por otro lado, se prevé un cambio de época política, que obligatoriamente tendrá que ser distinta al modelo que está apunto de fenecer. Quien asuma la jefatura del Gobierno Nacional, deberá expulsar sus demonios interiores y darse un baño helado de pragmatismo económico y político en función de país. Es necesario también reconciliarse con la inversión privada, para poner en marcha el aparato productivo del país. Es necesario un trabajo arduo en el tema de la competitividad y abrirse hacia los mercados internacionales, sin renunciar a una clara conciencia de soberanía nacional. Aunque para esto será necesaria una reestructuración jurídica, que propicie el emprendimiento, el trabajo, la innovación, sin mayores altibajos. El pasado se esfumó, pero el futuro aún lo podemos atrapar.
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