¿Quién podría imaginarse que el principio de libertad, establecido
como un paradigma de avanzada, en la formulación de la Constitución de los
Estados Unidos en 1787, sea una herencia nativa americana? Rememoremos, que a
pesar de que el concepto de democracia y república fue un baluarte intelectual
de la cultura grecorromana, Europa en aquella época, recién intentaba salir del
oscurantismo de la Edad Media, período marcado por el fanatismo religioso, el
retroceso del pensamiento y el florecimiento de pequeños reinos despóticos. Cuando
los franceses y los ingleses llegaron a tierras norteamericanas, lo hicieron
huyendo de todos estos males y más que todo por falta de libertades; situación que
incluso se agravó ya en tierras americanas, con el nuevo sistema colonial, que
eran aún más coercitivas y clasistas.
Las naciones indígenas de la costa este norteamericana, muy
nutridas poblacionalmente por cierto, fueron los pueblos libres que se
encontraron los blancos recién llegados: una personificación de autogobierno democrático
tan extremada, que algunos historiadores y activistas creen, que la Constitución estadounidense fue
inspirada en la “Gran Ley de la Paz” de estos pueblos. “Los padres de la patria,
al igual que la mayoría de los colonos, de lo que sería los Estados Unidos,
estaban impregnados de los ideales de los indios, de su concepción de las
libertades.” Anota Charles C. Mann. Tal como el mismísimo Benjamín Franklin y
otros gestores de la nación estadounidense, precisaron que: “la vida de los
indios, y no sólo dentro de federación haudenosaunee –coalición nativa- sino en
todo el noreste, se caracterizaban por un nivel de autonomía personal
totalmente desconocido en Europa.
Más acá, en Sudamérica, la cosmovisión de muchos pueblos
precolombinos, tenía esa misma matriz, que recién científicos y antropólogos
comienzan a entender, para poco a poco descartar la idea, de que aquí solo
vivían tribus de poco impacto social y de impacto ambiental casi nulo; sino
sociedades sumamente avanzadas, que sucumbieron casi hasta la extinción por las
epidemias traídas por los europeos. La contribución de la América precolombina
al resto del mundo, es absolutamente enorme, subestimada y todavía desconocida.
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