A propósito de los rumores sobre la desaparición de menores
y el tráfico de órganos humanos, una realidad a la que no podemos taparnos los
ojos y mantener cierta incredulidad, como un mecanismo de defensa ante lo
inhumano y lo espeluznante, vale recordar incluso a regañadientes, que bajo la
aparente tranquilidad de nuestras sociedades próximas, en realidad sí existe lo
oscuro, lo oculto, lo underground, lo peor de la naturaleza humana. Una de las
plataformas tecnológicas utilizadas por el “bajo mundo”, es la internet. Cabe
notar que esta interconexión global es inimaginablemente enorme, y el usuario
común, personas como usted o yo, accede solamente al 4% de la web. ¿Pero qué se
podría encontrar en el inframundo de la internet? En estos sitios están desde
piratería hasta redes gubernamentales de acceso restringido. Recorrer estas
páginas suele ser muy peligroso, porque por ahí están los piratas informáticos,
están los servicios de inteligencia a la caza pederastas, extremistas,
traficantes de órganos, armas y drogas. Y es aquí como dicen, donde como en ningún
otro lugar, “se puede comprar fácilmente un menor de edad, o simplemente pagar
para ver cómo decapitan en vivo a una persona”.
La desaparición de personas, el tráfico de drogas, los
secuestros, asesinatos, asaltos y violaciones, contrastan preocupantemente con
los esfuerzos de las autoridades encargadas de mitigarla, aquí y más allá de
las fronteras. Gente que quiera
apropiarse amoral y arbitrariamente de los bienes ajenos, gente que quiera a
costa de lo que sea saciar sus más bajos instintos, o los psicópatas sádicos
con sed de sangre y muerte, difícilmente se extinguirán; de ahí la necesidad de
construir estados con estructuras democráticas fuertes que garanticen a sus
ciudadanos todos y todas, seguridad –personal y jurídica-, justicia y una
convivencia pacífica y solidaria. La tarea de construirla no está supeditada a
una sola persona, sino a la sociedad en su conjunto.
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