Bolivia está a la posta de convertirse en el primer Estado indígena de América. Con el ascenso de Morales a la presidencia en 2005, Bolivia tiene un genuino representante de las mayorías indígenas, dispuesto a transformar una realidad social, demacrada por la marginalidad y la injusticia. Más allá de los elogios y cuestionamientos que se pueden dar entorno al presidente Evo Morales, que ya va por su tercer mandato consecutivo en Bolivia, nadie puede negar que a pesar de su cansino discurso antiimperialista, su pragmatismo económico es digno de reconocimiento; incluso el Fondo Monetario Internacional, una institución censurada por Morales, ha alabado sus prudentes políticas económicas. A esto se suma también la bonanza económica por los altos precios de la materia prima, como el gas que vende a Brasil y Argentina.
Esto le ha permitido establecer una política social y económica, ordenada en beneficio de los más necesitados, a través de bonos, a estudiantes y madres por ejemplo, o la reducción del analfabetismo al 4%, condición establecida por la Unesco para considerar a un territorio libre del analfabetismo. Además con la ayuda de médicos procedentes de Cuba, se han realizado miles de curaciones gratuitas y operaciones de la vista en los sectores campesinos, indígenas y de escaso poder adquisitivo en las ciudades. También se ha permitido la concreción de obras de infraestructura en ciudades y rincones de todo el país, como el emblemático teleférico que une a la ciudad de El Alto con La Paz.
Más allá de la reivindicación social, está la reivindicación cultural y étnica. Por hoy como algo inédito, no es raro ver en las oficinas públicas e incluso en los despachos ministeriales, ponchos y polleras en todos los ambientes. En las reuniones de gabinete presidencial, al igual que en las plazas de las poblaciones rurales más alejadas, se masca la tradicional hoja de coca; y es que Evo Morales literalmente prometió “llevar a los ponchos al poder”. Los apellidos que por lo general se relacionan con los estratos más humildes de la sociedad boliviana, por hoy se repiten con frecuencia en los consejos de ministros, las alcaldías o las instancias judiciales. La lengua quechua y aimara se ha reivindicado y se empieza a utilizar con soltura y sin prejuicios en diferentes eventos públicos y privados. La gente originaria o autóctona, en especial los que viven en El Alto, empieza a visibilizar una identidad propia que a lo mejor se mantenía oculta. Ahora ser una cholita es un símbolo de prestigio, y muchas que dejaron de utilizar su tradicional indumentaria, han comenzado a retomar nuevamente, sin miedo a ser discriminadas.
La identidad andina boliviana incluso se ha extendido como complemento magistral a la arquitectura, con la introducción de una nueva propuesta autóctona a cargo del conocido arquitecto Freddy Mamani, llamado también el rey de la arquitectura andina, ha recreado la simbiosis de la cultura local, en docenas de vistosas construcciones, donde el uso de pinturas de colores, formas geométricas, salones de baile de dos pisos con capacidad para cientos de personas, candelabros importados de china, luces intermitentes en las columnas; rompen las reglas de la arquitectura tradicional boliviana. Bolivia ha cambiado para bien.
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