Por lo general antes la calidad de vida se medía en base al
lugar donde se vivía, óptimo en las ciudades y bajo en el área rural, a
excepción de las grandes haciendas o fincas. Para cerciorarse de esa realidad
socioeconómica, suficiente con leer la novela de Jorge Icaza, Huasipungo, donde
se recrea la cruda realidad del “indio” y el campesino de hace unas cuantas
décadas. Hasta hace poco el mundo rural y el mundo urbano del Ecuador, eran
mundos totalmente divorciados, distintos. La vida económica, social, cultural y
política del país, se concentraba solo en las grandes ciudades, como Guayaquil,
Quito o Cuenca.
Fue claro el desinterés total de parte del Estado
ecuatoriano y los gobiernos de turno, de incluir a los sectores rurales y más
alejados del país, al desarrollo y progreso fijados desde el gobierno central;
fue esta realidad administrativa, que incluso contribuyó a la pérdida paulatina
del territorio histórico ecuatoriano, que llegaba incluso al río Amazonas. Esta
realidad obviamente no podía seguir más, y por hoy se esmera en cambiarla con
recursos económicos, tecnológicos y jurídicos, a los que sería saludable incluir
también el recurso, llamémoslo antropológico, para que los cambios a nombre del
progreso se den con mucha observación a los valores culturales de los
diferentes pueblos que coexisten en las regiones selváticas y rurales del país.
Por hoy es bien sabido que la calidad de vida está en el
campo, lejos de la contaminación de todo tipo que se produce en las ciudades,
solo con el aditamento de una buena carretera, agua potable y energía
eléctrica; mucho mejor si a esto se incluye una buena asistencia médica y
centros educativos de calidad. Ahora la internet hace posible el acceso
inimaginable a la información y la comunicación, esto nos permite estar
“conectados” con el mundo. Gran parte de los sectores rurales todavía están
desatendidas, pero creo que vamos por un buen comienzo.
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