Tengo recuerdos invalorables de mi niñez, en torno a los
lugares maravillosos que guarda el paisaje otavaleño. La Cascada de Peguche es
uno de esos míticos escenarios que encierra mil historias para contar. Es un
pequeño paraíso escondido en una región muy poblada, a cinco minutos de la
ciudad de Otavalo y a unos cuantos pasos de las comunidades de Peguche y Agato. Este centro natural, histórico y
turístico, está conformado aproximadamente por 40 hectáreas de bosque protector
y vegetación silvestre; al estar encerrado en una hondonada entre Chimbaloma y
la Loma de Pucará, le ha dado un toque de misteriosidad infranqueable. El río
Hatun Yaku, que nace muy cerca en la Laguna de San Pablo, a su entrada produce
un salto espectacular de 20 metros, para luego cruzarla caudalosamente.
Recuerdo cuando niño, nos reuníamos entre varios muchachos
para realizar “expediciones” que casi siempre terminaban en aventuras inéditas,
envueltas en un realismo mágico, que a la palabra de nuestros mayores se
complementaba con varias leyendas y fábulas. Sitio obligatorio también, de los
encuentros amorosos de juventud, por hoy es uno de los centros turísticos y
culturales más grandes de Imbabura; el punto más alto de esta característica se
la puede medir la noche del 22 de junio, al inicio del Inti Raymi, en el “baño
de purificación”.
Es digno reconocer el trabajo de los comuneros(as) de Fakcha
Llakta y otras instituciones, que han logrado hacer adecuaciones muy atractivas
al turismo dentro de este lugar. Pero como en todo lado no faltan los
innumerables problemas que aquejan a esta área protegida, como la falta de
control a las edificaciones actuales -en esta parte no existe concordancia
alguna entre lo natural, lo tradicional y lo turístico- qué pena que no exista
conciencia, ni de las autoridades, ni tampoco de los lugareños en base a este
tema. Otro de los problemas es la contaminación y la inseguridad, a esto se
agrega como no podía faltar, conflictos internos de tipo dirigencial. Por favor
salvemos a la Cascada de Peguche.
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