Sea como sea, nunca se debería tolerar la violencia ni la
delincuencia. Efectivamente, el expresidente Rafael Correa es un político que
despierta pasiones, pasiones que en estos últimos años han sido cultivados
intencional o ingenuamente desde las esferas más altas del poder, mediante
diferentes mecanismos, la más conocida: la propaganda oficial. Pero el sentido
y la inteligencia del común, sabe y dice que al “sembrar vientos, se cosechará
tempestades” o el que dice que “Quien a hierro mata, a hierro muere”, dando a
entender que nuestras acciones tendrán repercusiones que nos afectarán a
nosotros mismos. Los últimos sucesos ocurridos contra el expresidente Correa en
Quinindé, en el que tuvo que salir de una emisora radial, en medio de
incidentes y apresurado, bajo resguardo policial, es realmente preocupante y
condenable. Sin la mínima intención de justificar estos hechos, vale recordar
que fueron el mismo Correa y los correístas, quienes han incitado a la
violencia verbal desde hace tiempo. Fueron ellos los que destrozaron y rayaron
las instalaciones de Alianza País en Quito, son ellos quienes tiempo atrás
llamaban a respetar la propiedad privada y pública, quienes ahora rayan paredes con
pinturas, incluso sin respetar los monumentos públicos.
Es lamentable ver a un expresidente tratado de esta forma.
Mejor dicho, en un mundo civilizado, nadie debería ser tratado de esta forma.
Alguien que vive en Estados Unidos manifestaba que, cómo era posible que un
expresidente ande haciendo campaña en contra de un presidente, sería como ver a
Barack Obama haciendo relajo por todo el país, en contra de Donald Trump. Estas cosas creo que solo pasan en países tercermundistas como el
nuestro, donde no terminamos de cimentar férreamente la institucionalidad
democrática del Estado ecuatoriano. Es momento de virar esta vergonzosa página
de nuestra historia, donde el bribón del barrio hacía de las suyas, y seguir
adelante.
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