Antes de las elecciones presidenciales, el temor más grande
de una parte importantes de ciudadanos ecuatorianos, era la continuidad del
régimen de la Revolución Ciudadana. El temor se fundamentaba en el despropósito
gubernamental de los últimos diez años de Rafael Correa, caracterizado por un
cúmulo de hechos nefastos que, por hoy muchos de estos, ya son de dominio
general y no valdría repetirlo por enésima vez. Lenín Moreno del oficialismo
ganó la presidencia, con un estrecho margen, en unas elecciones “sospechosas” y
muy cuestionadas por la oposición. Todo parecía que el carácter blando del
nuevo mandatario encajaría plenamente con los planes “oscuros” de Rafael Correa
y su círculo íntimo. Muchos involucrados con la opinión pública, oportunamente instamos
al nuevo gobierno en la persona de Moreno, a que asuma su papel y
responsabilidad histórica frente al país, para sanear no solo la economía
calamitosa, sino también recuperar la institucionalidad democrática y la lucha
contra la corrupción y la impunidad, que habían campeado alevosamente durante
los últimos años.
Por hoy, aunque podría haber algo de desconfianza, el
presidente Moreno ha sorprendido a todos, incluso a sus propios excompañeros de
partido; con su llamado a un gran “diálogo nacional” y la “cirugía mayor a la
corrupción”. Ya descartada la presencia omnímoda de Correa en todos los poderes
del Estado, y el llamado del nuevo mandatario a que las instituciones de
control, actúen libremente y con responsabilidad, una avalancha de casos anormales
en la administración pública, empiezan a develarse por doquier, incluso el
vicepresidente de Rafael Correa está con sentencia judicial, por asociación
ilícita y a la espera de otros cargos aún más graves. Si el presidente Lenín
Moreno mantiene el sendero trazado en su lucha contra la corrupción, si
efectivamente logra descorreizar el gobierno, con nuevos cuadros del mismo
Alianza País, en especial el frente económico y la cancillería; incluso sin
tener el éxito económico deseado, pasaría a la historia como un buen estadista,
muchísimo mejor que su antecesor.