A diferencia de la época medieval o la época colonial, en que por largas centurias no se experimentaban cambios importantes en el desarrollo de las sociedades a nivel global; el último siglo fue realmente impresionante, casi no se puede explicar cómo en un lapso relativamente tan corto de tiempo, la humanidad haya podido ser testigo de una transformación histórica inédita. Indudablemente que las generaciones contemporáneas son las más privilegiadas, al ser testigos de este gran salto tecnológico y cultural del ser humano. Esto obligadamente nos hace reflexionar al mismo tiempo sobre las transformaciones más próximas, de nuestras ciudades, de nuestros pueblos, incluso transformaciones a nivel del núcleo familiar.
Hace más o menos como un siglo, la simplicidad y la
tranquilidad reinaban todavía estos valles; Otavalo por ejemplo apenas era un
pueblito enclavado en medio de imponentes montañas andinas, sus callecitas y
plazas polvorientas poco se diferenciaban de la ruralidad. Apenas había llegado
el ferrocarril, y la luz eléctrica recién empezaba a dar un poco de vida a las lúgubres
noches de esta comarca; se construye el Teatro Bolívar en 1918 y varias de las
instituciones otavaleñas empiezan a constituirse. Culturalmente, la ciudad y el
campo eran dos mundos opuestos se podría decir. Los mestizos blanqueados con
los mestizos llanos dominaban la urbe, y los “indios” como se los llamaba a los
indígenas kichwas, regían en el campo, en sus comunidades; a excepción de los
días de feria, donde las necesidades de estos dos sectores humanos, se
complementaban. El kichwa, dedicado a la agricultura, la tejeduría, el comercio
y otras ramas artesanales, vivía en un medio natural místico, pero
descomplicado. La vida indígena llena de interacción social y comunitaria, era
un venir y devenir de trabajo duro y acontecimientos festivos. Eran tiempos en que
nadie se imaginaba con el ajetreo y el bullicio actual, ni mucho menos con
artilugios que en su época hubieran sido considerados mágicos o de milagro. El
mundo seguirá transformándose inexorablemente, si tenemos algo de suerte
podremos dar testimonio de ese cambio, después de 30 o 40 años.
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