No nos engañemos, en los últimos años en el Ecuador la
democracia se ha degradado. Hace unos ocho años, una mayoría abrumadora de
ecuatorianos y ecuatorianas, cansada del viejo juego político de la llamada
“partidocracia”, apoyó un nuevo proyecto político y electoralista de un grupo
de jóvenes e intelectuales de izquierda, que ante la caída del bloque
socialista en Europa y aparentemente el derrumbe ideológico de la izquierda
universal, no habían perdido las esperanzas de captar el poder y dar una
alternativa de gobierno, ante el fracasado modelo neoliberal que se habían
impuesto, años atrás en toda la región. Al escuchar como propuesta el llamado a
una asamblea constituyente y la refundación política del Estado ecuatoriano,
con una participación mayoritaria de
sectores que fueron tradicionalmente marginados de la vida política del país,
hizo palpitar muchos corazones y avizorar nuevos horizontes, mientras el brillo
de nuestros ojos aumentaba.
Los años han pasado y se han realizados cambios muy
importantes en el país. Pero nuestra representatividad política se ha tornado
sórdida y maliciosa. Nuestros representantes ante el poder político, han robado
la primicia de la verdad absoluta y se han alejado en forma abismal de su pueblo;
para guarecerse en la embriaguez del poder y del servilismo, que los hace
pensar, que son los elegidos de la profecía histórica de nuestro país e incluso
más allá. Todos sabemos que el poder embrutece y que se necesita ser sumamente cauto,
para no caer en la maraña de la soberbia, el egocentrismo y la malicia. Nadie
puede atribuirse el conocimiento supremo, la inteligencia absoluta o la
representatividad total, en el “arte” de gobernar un pueblo; si pensamos de
esta manera, estamos frito y próximos a quemarnos.
Qué pena mirar a un grupo de jóvenes ecologistas,
arrodillados y con las manos arriba frente al autobús de la Caravana Climática,
acosados infamemente por la Policía Nacional, a su paso por el Ecuador, hacia
la cumbre ambientalista COP20, que se realizó en Lima. O la actitud chabacana
del máximo de la cancillería, quién dijo que “Si alguien quiere visitar nos
avisa y si nosotros queremos lo aceptamos…”, al negar la entrada a un grupo de
congresistas alemanes interesados en conocer de cerca el caso Yasuní; pone en
evidencia la exagerada arrogancia con la que se puede mirar desde las alturas
del poder. Por último la pretensión del
gobierno con la orden de desalojo a la sede de la Conaie en la ciudad de Quito,
que hace más de 20 años, algún gobierno de sensibilidad social puso a nombre de
la máxima organización indígena del país, nos deja en claro que la intención
del gobierno es desmantelar todo rastro deliberativo, frente a cualquier
decisión oficial.
Con una prensa libre acosada, las instituciones del Estado
más subordinadas al líder que a la legalidad, indígenas minimizados, estudiantes
presos, consultas populares a la carta y el deseo de perennizarse en el poder;
es fácil pensar que ya no velarán por los intereses del pueblo, sino del suyo
propio y de su grupo servil. Así, claro que nuestra democracia se ha degradado.
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