viernes, 19 de junio de 2015

Así era mi Inti Raymi

El cálido verano de pronto se interrumpía, con unos atrevidos ventarrones provenientes del norte, que al cruzarse con las ramas de los árboles, producía una melodía muy propia de la época. La mayoría de los maizales se habían enflaquecido por la irrupción de la cosecha, y las hierbas de la chacra se retorcían a sucumbir ante el taita Inti, todo indicaba que estábamos en el mes mayor, el mes de junio, el mes de San Juan como se llamaba en aquel entonces. Para un pequeño de ocho años, era la época más importante y feliz de todo el año, pues era la ocasión en que recibía toda una mudada completa de ropa nueva; camisa, pantalón, alpargatas, también unas botas muy especiales, las de caucho, que de nuevas tenían ese olor extraño fuera de lugar, pero que al relacionarse con ese momento, el olor se convertía en un recuerdo agradable que se grabaría por siempre.

El tronar de los cohetes pirotécnicos, que anunciaban tácitamente la llegada de la fiesta mayor, intercalaba zigzagueante de una casa a otra, de una comunidad a otra, exaltando el ambiente festivo. Era el 23 de junio, día de compras, día de feria obligatoria anual en la ciudad de Otavalo. Entre ponchitos de colores, disfraces de moda, rondines y guitarras, la gente se ajetreaba apurada en las comunidades, era la tarde de reunirse en familia, de “armar” el castillo, el altar, la ofrenda a las divinidades, a las imágenes cristianas como San Juan o la Virgen María, pero más que todo a la celebración, al Inti Raymi. El olor a pólvora de los “voladores”, se mezclaba con el exquisito aroma del cuy asado, de la colada de maíz, del mote, de la deliciosa chicha de jora. Después la inconfundible música de esta fiesta, al son de bandolines y guitarras, de rondines y flautas, entrelazados con los griteríos gratificantes propios del Inti Raymi.

Parece que fue ayer nomás, cuando con mi poncho rojo de Natabuela, bailábamos cantando en círculo; y al alzar la mirada, ahí estaban: mi abuelo Segundo con su guitarra, mi tío Virgilio con su requinto, mi padre con su rondín, tocando con lo más profundo de sus sentimientos; cuanta algarabía, cuánta felicidad, grabada en mi mente para siempre. ¡Así era mi Inti Raymi!

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