El cálido verano de pronto se interrumpía, con unos
atrevidos ventarrones provenientes del norte, que al cruzarse con las ramas de
los árboles, producía una melodía muy propia de la época. La mayoría de los
maizales se habían enflaquecido por la irrupción de la cosecha, y las hierbas de
la chacra se retorcían a sucumbir ante el taita Inti, todo indicaba que
estábamos en el mes mayor, el mes de junio, el mes de San Juan como se llamaba
en aquel entonces. Para un pequeño de ocho años, era la época más importante y
feliz de todo el año, pues era la ocasión en que recibía toda una mudada
completa de ropa nueva; camisa, pantalón, alpargatas, también unas botas muy
especiales, las de caucho, que de nuevas tenían ese olor extraño fuera de
lugar, pero que al relacionarse con ese momento, el olor se convertía en un
recuerdo agradable que se grabaría por siempre.
El tronar de los cohetes pirotécnicos, que anunciaban
tácitamente la llegada de la fiesta mayor, intercalaba zigzagueante de una casa
a otra, de una comunidad a otra, exaltando el ambiente festivo. Era el 23 de
junio, día de compras, día de feria obligatoria anual en la ciudad de Otavalo.
Entre ponchitos de colores, disfraces de moda, rondines y guitarras, la gente
se ajetreaba apurada en las comunidades, era la tarde de reunirse en familia,
de “armar” el castillo, el altar, la ofrenda a las divinidades, a las imágenes
cristianas como San Juan o la Virgen María, pero más que todo a la celebración,
al Inti Raymi. El olor a pólvora de los “voladores”, se mezclaba con el
exquisito aroma del cuy asado, de la colada de maíz, del mote, de la deliciosa
chicha de jora. Después la inconfundible música de esta fiesta, al son de
bandolines y guitarras, de rondines y flautas, entrelazados con los griteríos
gratificantes propios del Inti Raymi.
Parece que fue ayer nomás, cuando con mi poncho rojo de
Natabuela, bailábamos cantando en círculo; y al alzar la mirada, ahí estaban:
mi abuelo Segundo con su guitarra, mi tío Virgilio con su requinto, mi padre
con su rondín, tocando con lo más profundo de sus sentimientos; cuanta
algarabía, cuánta felicidad, grabada en mi mente para siempre. ¡Así era mi Inti
Raymi!
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